Hristo, el antitaurino ventajista

Estos ataques ya están pasando de castaño oscuro, como diría el otro, “hasta aquí hemos llegao”. El señor Mejide ha sobrepasado todos los límites en sus ataques a la Fiesta de los Toros. ¿Por qué? Pues porque no se puede llevar al Juli a un programa de la tele, esperando que con su verbo defienda nada. Eso es abusar. ¿Qué nos queda ya? ¿Qué llamen también a Ponce, a Jesulín, al lotero de doña Manolita? Anda que no podían haber contactado con Esplá, por poner un ejemplo, que en esa marea de diálogo entre amable y venenoso se maneja como pez en el agua, que no solo explica, sino que rebate y desecha argumentos tan vacíos como sobados. Uno tira de tópicos sin demasiado convencimiento y el otro los desmorona y además ofrece argumentos sólidos y que sorprenden a los propios antis, que también tiran de su propia retórica, ignorante, pero que cala en los espíritus cándidos del ciudadanos amigos de los animales… que hablan.

Resulta una utopía el pensar que la mayoría de los toreros sean capaces de defender la Fiesta, ni son capaces, ni tienen convicción. Ellos lo que sí saben defender a bocados es su negocio y de ahí no les saquen. Que así pasa, que nos llega el indignadísimo Castella, ese que dice que no hay derecho a lo que están haciendo con ellos y que en su día confesó la lástima que le producía un toro antes de entrar con la espada. O el último, Miguel Rodríguez, que aboga para que no se maten los toros. ¿Estamos locos? ¿De que estamos hablando? Nos quejamos de los animalistas, falsos naturalistas y transitamos por el mismo carril que ellos. Quizá nuestra propia ignorancia y desconocimiento del toro sean los que nos lleven a creer que los Toros se salvarán, precisamente cuando dejen de ser los Toros, lo que ahora los finos llaman Tauromaquia. Salvemos el fútbol, a partir de ahora, para evitar el sacrificio de vacas proveedoras de piel para balones, se jugará sin pelota, si acaso con una de trapo, pero no siempre, que las plantas de algodón también se crispan cuando se las corta. El cine será cine sin películas, la vendimia sin vino, la Nochebuena sin cordero, la natación sin agua y la estupidez sin seso.

La verdad es que cuando uno ve que los toreros se disponen a hablar, salvo contadísimas excepciones, o cuando van a un programa no taurino, me echo a temblar. Mi primer impulso es recoger todos los libros de toros, los cuadros, las películas, los dibujos, los recuerdos y la tarjeta de abono de Madrid y meterlos en un baúl del tiempo, enterrado a cinco metros de profundidad, debajo de un piedrolo de mil toneladas y sin dejar pistas de lo que allí hay. Y a ver si con el paso de los siglos, alguien lo encuentra y se anima a descifrar el significado de todo aquello. ¿Se imaginan? Encuentran esta caja precisamente cuando una máquina excavadora removía los terrenos sobre los que se iba a construir una plaza de toros; la Nueva Plaza de Madrid, con cabida para 80.000 personas, junto al parque arqueológico de la antigua villa de Coslada, ya desaparecida. Estaría bien, puestos a imaginar.
Y es que los que se supone que más saben de esto, los únicos con derecho a opinar, porque ellos si se han puesto delante, los artistas sublimes, los genios, los héroes absolutos del toreo, les quitas lo de la tradición, la cultura y los puestos de trabajo que genera el toro y se nos pierden. Pero tampoco nos sorprendamos, esto no resulta tan ilógico, pues si es verdad esa máxima de que se es cómo se torea, ¿qué podemos esperar? Le echan un toro encastado y se lo quita de encima cómo puede, le echan un Mejide con genio y le aplica la misma medicina, le insinúan que es un asesino en serie y le salta por lo del arte, en fin, que los del pico, la pata retrasada, los retorcimientos y el julipié asoman de igual manera en un ruedo, que en un set de televisión. Y el Hristo crecido y más encantado de conocerse que nunca. Que si el Toro de la Vega, que si se disfruta matando animales mientras los bárbaros sanguinarios disfrutamos con la crueldad gratuita. Un poco más y hace que el torero se trague lo de Sodoma y Gomorra, sin decir ni pío, si acaso, que las estatuas de sal son arte y que forman parte de la tradición escultórica del Mar Muerto. No hace mucho un aficionado de los buenos me decía que a él los toreros le gustaban toreando y no hablando, o cómo responde otra máxima, los de luces, dónde tienen que hablar es en el ruedo. Así que mientras que nuestras figuras no se manejen adecuadamente en eso de la retórica, que también es un arte, por favor, eviten enfrentamientos innecesarios con Hristo el antitaurino ventajista.

Enrique Martín en

torosgradaseis.blogspot.com

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