Crónicas día 13

Pamplona, humillada por las ‘figuras’

(Alejandro Martínez en: porelpitonderecho.com)

Segundos después de que las mulillas arrastraran al primero de la tarde, un antitaurino sin camiseta y con una pancarta en las manos saltó al ruedo de Pamplona. Corriendo, se dirigió al centro, cogió la montera de Juan José Padilla –que había brindado desde ese lugar al público– y le pegó una patada mandándola por los aires. Muchos se echaron las manos a la cabeza y la indignación corrió como la pólvora: “¡qué escándalo!, ¡qué falta de respeto!”. Y sí, efectivamente lo era. Pero, ¿cuántos de esos mismos taurinos indignados se llevaron las manos a la cabeza cuando los pitones del quinto florecieron y acabó brotando sangre de los mismos?, o ¿quiénes de los que pusieron el grito en el cielo por la acción del anti se indignaron cuando al ruedo de la plaza de toros de Pamplona saltó el tercero, un becerro? Me temo que muy pocos. Y es que, una vez más, quedó en evidencia que los verdaderos antitaurinos están dentro de la fiesta. Y no, no se les puede llamar de otra forma. Aquellos responsables de que la impresentable y vergonzosa corrida de Garcigrande se lidiara en Pamplona sólo pueden responder a ese nombre.

Se decía desde hace días que el encierro de Domingo Hernández y Garcigrande no estaba a la altura de lo que exige Pamplona. Tras la muerte del sexto se demostró que los que comentaban eso se habían quedado muy cortos. Impresentable, así fue la novillada que las figuritas se trajeron bajo el brazo a San Fermín con la complicidad, claro, del ganadero. Pero qué se podía esperar. Cuando un criador de bravo –sí, ya sé que lo de bravo es una exageración– responde a los intereses de los toreros y no de los aficionados, lo más normal es que pasen estas cosas. Justo Hernández, con lo que envió a Pamplona, acabó con cualquier atisbo de credibilidad para con el nombre del ciclo en honor a San Fermín: Feria del Toro. Porque si la Casa de la Misericordia –encargada de organizar dicha feria–, y Pamplona por extensión, de verdad trabajasen bajo las premisas de la seriedad y el respeto al toro, nunca habrían permitido que la “gatada” de Garcigrande hubiera puesto un pie en la capital navarra. Si el toro –íntegro y con trapío– fuese el verdadero pilar sobre el que se sustenta la Feria del Toro, nadie se habría tragado el gol que colaron las “figuras”. Pero parece que los mandamases del toreo se han propuesto hacer suya la canción de “El Rey”, la misma que cantan las peñas del sol todas las tardes de San Fermín: “con dinero y sin dinero; hago siempre lo que quiero; y mi palabra es la ley…”. Sí, es la ley de los más fuertes, de aquellos que no muestran el más mínimo respeto por toros, plazas y públicos.

Pero señores, no se vayan ustedes a creer que durante el desarrollo de semejante espectáculo alguien protestó. Nada más lejos de la realidad. El público que llenó los tendidos de la monumental pamplonesa no sólo no recriminó la indecente presentación de los de Domingo Hernández, sino que pareció pasarlo en grande. Aplaudieron como locos desde principio a fin y pidieron las orejas para los tres artistas que hicieron el paseíllo.

Y así, El Juli se marchó a hombros de Pamplona. Sí, el que seguramente sea el máximo responsable de lo que salió por toriles, abrió la puerta grande de una plaza convertida en escandalosa verbena. Y aquí surge el debate, la pregunta del millón: ¿cuál de los dos trasteos del madrileño fue menos merecedor del trofeo? Difícil respuesta. En segundo lugar le correspondió un toro bajo, largo y bien hecho, que tenía cara pero también expresión de niño. Manso en el caballo, mostró nobleza en la muleta de Juli y se movió para acá y para allá sin decir nada. Lógicamente, le faltaba casta y transmisión. Con él, Julián se dedicó a pegar pases a diestro y siniestro, todos ellos ejecutados en línea y al hilo del pitón. Para que el animal aguantara, casi siempre lo llevó a media altura y firmó un trasteo tan largo como aburrido y superficial. Fueron cuarenta o cincuenta muletazos sin apenas eco ni emoción en los tendidos, pero tras dejar un espadazo trasero –ejecutado, por supuesto, mediante la suerte del julipié –, le dieron una de las orejas de menor peso de toda la temporada. Y no fue mejor lo del quinto, un animalillo mutilado por delante que tras rematar en varias ocasiones acabó con los pitones machacados y llenos de sangre. Esa imagen, la de una supuesta primera figura del toreo como El Juli delante de un astado sin astas en una plaza como Pamplona, debería producir asco y repulsa. Pues fíjense si fue así, que Don Julián acabó paseando también un apéndice de este su segundo. Lineal, ventajista y retorcido, ofreció todo un recital de pegapasismo ante un ejemplar noble e inválido al que pasaportó con una estocada precedida de un pinchazo y en la que se volvió a salir descaradamente de la suerte.

No menos bochornoso fue lo de Miguel Ángel Perera en el tercero. El extremeño –que no es ni sombra de lo que fue en la pasada temporada– tuvo el coraje de recoger la oreja que le dieron tras matar de un sartenazo a su primero. El de Garcigrande, un becerro sin seriedad ni remate alguno y que fue un auténtico bendito, habría sido el instrumento perfecto para poder crear una obra de gusto y armonía. Sin embargo, Perera se dedicó a pegar pases insustanciales en los que se retorció y siempre descargó la suerte. Tras el feo espadazo, como digo, paseó un despojo tan vergonzoso como el animal que tuvo delante. Y con el sexto, más de lo mismo. Siempre se ha dicho que la suerte suprema es una buena prueba del momento que atraviesa un torero. El caso de Perera confirma esta tesis. Los infames bajonazos con los que mató al último dejaron en evidencia a un torero sin confianza que pasa por un pésimo momento. Antes de matarlo de aquella manera tampoco terminó de aprovechar las virtudes de un toro noble y justo de fuerzas que, pese al inexistente castigo en varas, se paró muy pronto.

Pero, como si de una pesadilla se tratara, para terminar de redondear la “gloriosa” tarde, también tuvimos que padecer –por enésima vez– a Juan José Padilla. Pamplona, que parece no escarmentar, volvió a recibir con los brazos abiertos al jerezano y se entretuvieron coreando el “Illa, illa, illa; Padilla maravilla”. Pues bien, la tarde de la “maravilla” se podría resumir en pocas palabras: monumento a la vulgaridad. Una vez más, Padilla tiró de efectismos y reivindicó el rodillazo y los recursos populistas como base de su “tauromaquia”. Además, clavó desastrosamente las banderillas. En primer lugar le correspondió un toro muy basto que se movió con nobleza y sosería, mientras que el castaño cuarto –otro novillo– fue un mansito noble y humillador que en otras manos habría sido sinónimo de triunfo. Los mantazos precedieron a los rodillazos y desplantes, y seguramente, si no llega a ser por el mal uso de la espada, Padilla habría acompañado al Juli por la puerta grande. Todo un despropósito.

Apunten la fecha: 13 de julio de 2015, la jornada en la que las “figuras” humillaron a Pamplona. D.E.P. Feria del Toro.

 

  • Plaza de toros de Pamplona. 9ª de la Feria del Toro. Lleno. Se lidiaron seis toros de Domingo Hernández y Garcigrande, impresentables y muy sospechosos de pitones; nobles, mansos, flojos y descastados.
  • Juan José Padilla (corinto y oro con cabos negros): vuelta al ruedo por su cuenta y silencio tras aviso.
  • El Juli (azul marino y plata): oreja y oreja.
  • Miguel Ángel Perera (habano y oro): oreja y silencio.

LA FIESTA TOCA FONDO (PAMPLONA 13 JULIO)

( en: banderillasnegras.blogspot.com.es)

Una imagen vale más que mil palabras.

A estas horas la desolación ha ocupado el sitio que había ocupado el enfado y la ira durante la penúltima corrida de la Feria de San Fermín. Los aficionados rugíamos impotentes en las redes sociales al ver cómo las figuras «defendían» la fiesta el día en que unos totalitarios y fascistas habían decidido que La Coruña se quedaba sin toros este año. Todos los que amamos el toreo teníamos la ilusión y esperanza de ver a tres toreros jugarse la vida por defenderla y hacer un alegato heroico delante de 6 toros con el trapío de Pamplona, lo suficiente para que muchos encontrásemos en ellos unos líderes por los que partirnos la cara.
A las 18:30 deséabamos ver a Padilla, Juli y Perera ante los de Garcigrande unir a todos para pelear por algo tan grande como la tauromaquia pero nos han sorprendido, o quizás ya no tanto, con un festejo que solo ha servido para crear una desolación de las que es muy difícil salir.

Lo único que han hecho por liderar una batalla cada vez más complicada ha sido salir desmonterados. Un gesto que nació como loable pero sólo si fuera el inicio de algo más y que queda en triste anécdota cuando pasan cosas como las de hoy.

Por la puerta de toriles que ha visto salir a los toros más serios y temibles del campo bravo han salido 6 animales de muy pobre presencia con el quinto de la tarde que ha sido una vergüenza sin paliativos por sus pitones. Un atentado contra la fiesta en la cuna antaño del TORO. Triste es ver a un ganadero capaz de criar animales de tanta categoría como ha hecho en otras ocasiones lidiar animales así y solo valorar la corrida con un lacónico «la pena es que no  han salido a hombros los tres».

Juan José Padilla ha seguido tirando por tierra el prestigio y el respeto que se ganó en el toreo y en la vida. Sus luchas personales ya son solo suyas y el jerezano está más solo que nunca. Es hora de marcharse y de recordar las tardes en las que diste gloria a la tauromaquia con un valor y sinceridad de torero. Se dejó ir dos toros dejando una imagen triste. VUELTA POR SU CUENTA Y SILENCIO DE LOS DE REFLEXIONAR.

El Juli ha sumado otra puerta grande en Pamplona, una puerta de estadística pero de las que restan. Dos faenas lineales, retorcidas, perfileras y sin nada para el recuerdo ante dos animales vacíos de casta y sobre todo ante un astado de los que sonrojan como su segundo. De su forma de matar, mejor ni hablaremos. Ser figura, y más en estos días de ataques a la tauromaquia, no es esto. OREJA Y OREJA.

Miguel Ángel Perera ha sido el otro triste protagonista de una tarde para el olvido.Lejos del torero del año pasado sólo ha dejado una serie buena al último entre un mar de dudas y búsquedas de sí mismo ante unos animales faltos de todo. OREJA Y SILENCIO.

Es triste hablar de lo vivido hoy en la capital navarra en una tarde en la que el verdadero protagonista de la fiesta quedó reducido a la nada gracias a tres toreros y un ganadero que han echado un jarro de agua fría sobre los que amamos esta fiesta. Solo hace falta pasearse por las redes para ver el enfado de los aficionados que nos sentimos más solos que nunca al ver una fiesta indefendible. Mañana, esto es así, si un Miura con la presencia de Pamplona embiste y da miedo y un torero se juega la vida con sinceridad nos volveremos a enganchar, ¿o quizás ya no?.

El Juli sale a hombros a favor de corriente en la penúltima de San Fermín

(Paco Aguado para EFE)

El diestro madrileño Julián López el Juli, que cortó dos generosas orejas, salió hoy a hombros en la penúltima corrida de la feria de San Fermín, aprovechando el ambiente favorable de un público predispuesto a conceder trofeos a lo poco de bueno que hicieran los toreros sobre la arena.

FICHA DEL FESTEJO:

Cinco toros de Domingo Hernández y uno de Garcigrande (4º), dispares de volumen y hechuras pero todos de más que correcta presencia. En conjunto, y en mayor o menor grado de raza, los seis, sin excepción, dieron buen juego por sus nobles embestidas, a las que en algunos casos sumaron clase y profundidad.

Juan José Padilla: estocada baja tendida trasera y estocada (vuelta al ruedo); estocada trasera y descabello (palmas tras aviso).

El Juli: estocada muy trasera (oreja); pinchazo y estocada trasera (oreja). Salió a hombros.

Miguel Ángel Perera: estocada honda trasera y caída (oreja); pinchazo sin soltar y media trasera tendida.

Entre las cuadrillas destacó la templada brega de José María Soler con el quinto.

Incidencias: una manifestante antitaurino fue detenido por arrojarse al ruedo mientras doblaba el primer toro de la tarde.

Noveno y penúltimo festejo del abono de San Fermín, con lleno total en los tendidos.

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DEMASIADO PODER

El madrileño el Juli, que se llevó el gato al agua de la salida a hombros, y el extremeño Miguel Ángel Perera hicieron gala hoy en Pamplona de su toreo todopoderoso: siempre con la muleta muy abajo, dominando la situación con apabullante autoridad, tapándole el mundo con las telas a sus toros, evitando sorpresas y exigiendo a los astados esfuerzos añadidos a la hora de emplearse.

Hasta ahí, nada que reprocharles. Sólo que esta vez tuvieron delante una corrida de Domingo Hernández que, más que poder y mando inflexible, pedía un trato más sutil, un temple y una delicadeza que ayudara a desarrollar la calidad de sus embestidas y no las interrumpiera o las cortara.

Pero el público que acudió a la corrida estrella de la feria totalmente predispuesto a dar orejas y a aplaudir cuanto de positivo hicieran las figuras no estaba para esos matices, sino para celebraciones y jolgorio pasara lo que pasara sobre la arena.

Así que al Juli le premiaron con sendas orejas de poco peso específico por dos faenas poderosas, sí, pero también ligeras y mecánicas, por momentos anodinas, que provocaron pocos olés verdaderamente sentidos.

Si su primer toro resultó manejable aunque le faltara un punto más de recorrido en las embestidas, el quinto mostró mucha profundidad, siempre y cuando no se le forzara a tomar los vuelos de la muleta tan abajo como los llevó el diestro madrileño.

Así fue como ni el toro ni la faena terminaron de fluir, sin que el Juli compactara un larguísimo empeño que remató, como en el segundo, de una estocada muy trasera antes de recoger ese segundo trofeo que le abría la puerta del encierro.

Otra oreja se llevó Miguel Ángel Perera del tercero, otro toro con clase al que, con idéntica fórmula que su compañero, el extremeño apabulló demasiado, sin darle respiro en su desmedida exigencia y en su obcecado mando. Fue también faena «de poder», pero a todas luces innecesario y, por eso mismo, de pocos pases limpios.

La misma clase y quizás más profundidad tuvo el sexto, al que Perera abrió faena valerosamente con las dos rodillas en tierra. Y tanto entonces como en una primera serie de derechazos el animal enseñó claramente esa voluntad de ir muy largo pero que Perera fue atosigando hasta hacer que se parara por completo.

Lo que también se extrañó en la corrida es que, en un ambiente tan propenso al triunfalismo, el idolatrado Juan José Padilla se fuera de vacío de «su» plaza de Pamplona. Y es que, aunque volvió a tener a favor a las peñas de sol, el jerezano no dio los suficientes motivos para pasear trofeos.

Vulgar e intrascendente con su fácil primero, a cuya muerte se lanzó al ruedo un inoportuno antitaurino, Padilla se alargó luego con el cuarto, este del hierro de Garcigrande, para dar tiempo a que la gente terminara de merendar.

Una vez sacudidas las migas del bocadillo, el público prestó más atención a una segunda parte de faena del jerezano plagada de efectismos y pases de rodillas, que se olvidaron una vez que no mató al soso toro con la necesaria contundencia para hacer que asomaran los pañuelos

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