Existen muchas razones para defender la Tauromaquia y, cuanto más la atacan, más razones aparecen en el horizonte de los amantes a los toros. La defensa de la Tauromaquia puede resultar sencilla cuando se le acompaña de unos cuantos adjetivos que la engrandecen. La Fiesta de los toros es grandeza porque los toreros se juegan la vida y la muerte cada tarde, siguen siendo los héroes de la modernidad. ¿Qué le empuja a un joven torero –y no tan joven- a enfrentarse a un animal que al menor descuido le puede partir el cuerpo y cornear el alma? Una mezcla de riesgo, de desafío, de satisfacción, de sentimiento, de orgullo, de victoria. Y es tan generoso que se lo ofrece a los espectadores para que vibren y se emocionen con él, pues de resultas del encuentro toro-torero se desprenden chispas de emoción y de arte. Lo mismo podría decirse de la otra tauromaquia, la popular, donde los mozos anónimos también se juegan la vida a cambio de un puñado de aplausos y poco más, ¿existe mayor grandeza en la cotidianidad -modernidad- actual? “El toreo es grandeza”, decía Joaquín Vidal
La Tauromaquia es admirable, porque admirable es la vida del toro en el campo, por el entorno natural en el que se cría, especialmente la Dehesa, que es un ecosistema agro-silvo-pastoral maravilloso y único, con un gran valor medioambiental. Es admirable el comportamiento del toro fruto del sistema de selección aplicado por los ganaderos desde hace más de tres siglos, donde para elegir a los sementales y a las madres de los futuros toros se conjuga la herencia recibida de sus padres, su propia bravura y la transmisión de los caracteres a los descendientes. Es un método de selección perfecto, que posiblemente haya sido inventado por los propios ganaderos de bravo sin ellos saberlo y que se aplica hoy en día en muchas razas de ganado en el mundo.
Es admirable la belleza que se desprende de muchos pasajes cotidianos de la lidia: un paseíllo musical y luminoso a plaza llena; unas verónicas suaves y lentas ante un toro impetuoso y enrazado; una suerte de varas bien ejecutada a un toro bravo, íntegro y con trapío, tan necesaria como bella; unos naturales con la mano baja a un toro noble y encastado; la entrega del volapié empujado con el corazón y el convencimiento; la resistencia a la muerte del toro en el ruedo… Pero lo que es admirable de verdad son los valores que atesora la Tauromaquia, los valores éticos de respeto a las personas y al toro; los valores estéticos que se desprenden del arte que te pone el vello de punta; los valores ecológicos incalculables de las miles de hectáreas de Dehesa ocupadas por el ganado de lidia; los valores culturales…
Porque la Tauromaquia es culta, quizá por ello, F. Gª Lorca dijera que “posiblemente, la tauromaquia sea la fiesta más culta del mundo”. Todas las artes han sido preñadas por la Fiesta de los toros, tanto en España como fuera, ahora y en el pasado. La pintura y la literatura han sido posiblemente las artes que más se hayan impregnado de la magia de la Tauromaquia. Grandísimos pintores como Goya, Picasso, Manet, Zuloaga, Miró, Botero…, y notabilísimos escritores –Valle-Inclán, Bergamín, Hemingway, Gª Lorca, Alberti, Cela, Vargas Llosa…- se han visto atraídos por la fuerza de un mundo que no deja indiferente a nadie, a favor o en contra.
Los aficionados a los toros serán más o menos cultos, pero nadie duda de su sensibilidad. Los toreros no son asesinos (¿cómo va a ser un asesino D. Santiago Martín “El Viti”, por ejemplo?). Los aficionados no son torturadores, no se recrean con el posible dolor del animal. Es injusto dudar de la actitud de los espectadores, que acuden a las plazas de forma libre y voluntaria para participar de un espectáculo único e irrepetible.
Y lo que es seguro es que la Tauromaquia es legal. Tanta es la presión prohibicionista actual –muy bien orquestada y muy bien financiada, por cierto- que se crea una sensación entre los aficionados y los espectadores potenciales de que los toros están en la cuerda floja de la prohibición y lo que es peor, te hacen sentirte culpable por participar de la Tauromaquia.
Pero no hay que alarmarse en exceso porque el ambiente prohibicionista ha acompañado históricamente a la Tauromaquia. De entre todas las prohibiciones habidas dos han sido las más relevantes. Por una parte, la que dictó el papa Pío V, en 1567, para todo el orbe católico, con la Bula De salutis gregis dominici en contra de los espectáculos con toros “que nada tenían que ver con la piedad y la caridad cristianas, por el peligro que corrían los que se ponían delante”. Después de una serie de vicisitudes que no vienen al caso, el papa Clamente VIII derogó la bula de Pío V con una Breve Suscepti numeris 29 años más tarde, manteniendo la prohibición a los monjes y hermanos mendicantes (los curas y frailes siempre han tenido mucha afición a los toros…).
La gran prohibición llegaría con Carlos IV y su Real Cédula de 1805 en la que se “prohibían absolutamente en el Reyno las Fiestas de Toros y Novillos de muerte”. Esta prohibición tuvo una larga prohibición legal, aunque no efectiva, por la tolerancia de las autoridades que no tuvieron valor de impedirla por el gran apoyo del pueblo a una Fiesta tan querida, pues solo temían que se alterara gravemente el orden público”. Fue por fin en 1991 cuando se levantó la prohibición con la promulgación de la Ley 10/1991 sobre «Potestades administrativas en materia de espectáculos taurinos y sus consecuencias», es decir, la friolera de casi 200 años de prohibición de la Tauromaquia en España (en Francia ocurrió un fenómeno parecido con la ley Grammont de 1850) pero con ninguna consecuencia efectiva. Esta ley se aprobó siendo Felipe González presidente del gobierno (PSOE).
Posteriormente, la Ley 18/2013 sobre regulación de la Tauromaquia como Bien de Interés Cultural y la Ley 10/2015 que declara a la Tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial, rearman la legalidad de la Fiesta en todos los rincones de España, incluida Cataluña, después del reciente fallo del Tribunal Constitucional (¡ya era hora!) de devolver la legalidad de las corridas de toros en aquella región.
Algunos se resisten a aceptar que la Tauromaquia es “genética” porque el amor por la fiesta de los toros -en su amplia acepción- está grabado a fuego en el ADN del pueblo español desde tiempo inmemorial. Estas razones, entre otras, son las que nos dan fuerzas para defender la Tauromaquia sin complejos, sin miedos, porque cual toro bravo hay que venirse arriba en este momento trascendente para la historia de la Fiesta de los toros.
Antonio Purroy Unanua