Desmonterados han hecho el paseíllo todos los toreros, de oro y de plata, que han pasado esta Feria del Toro por Pamplona. Un gesto ante los ataques constantes que sufre, de un tiempo a esta parte, la Tauromaquia. Los insultos, las amenazas, las pedradas, los coches y casas quemados y todas las vejaciones que sufrimos a diario y que no tienen más eco que el de los blogs de aficionados y los medios taurinos. Un gesto que se agradece, pues parece que muchos toreros se han enterado al fin de que existimos y de que les pagamos los honorarios arriesgando el tipo.
Es un gesto elegante y educado, cortés como casi todo lo que rodea a la ceremonia taurina. Una ceremonia en que, juntándose tarde tras tarde miles de aficionados, es raro ver altercados, la presencia policial es testimonial y se oye más el “usted” que el “tú”. Una congregación de aficionados “sádicos y violentos” que conviven en paz y armonía sólo rotas por los insultos que aguantamos -siempre en calma- en el exterior de nuestros templos.
Uno se pregunta qué repercusión habrá de tener este gesto, esta señal de respeto fuera de los ambientes taurinos habituales. Y uno se responde con facilidad: ninguna. Porque los toros son un lujo de canal de pago, porque de ellos no se habla y porque si sale algo en la prensa será algún impresentable antitaurino o algún hecho que nos desprestigie un poco más de lo que estamos.
Pero conviene responder así a las agresiones. Rebajarnos, ceder ante el natural impulso de arrear dos sopapos al primer niñato que insulta a un anciano en presencia de su nieto, nos convertiría en seres abyectos como los que practican su intolerancia moral, censora e inquisidora contra nosotros. Esa suerte de resistencia pasiva, de elegancia extrema, nos eleva como grupo humano.
Por otro lado, responder daría el titular perfecto a los enemigos de nuestra causa, pues ya se encargarían ellos de mostrar lo violentos que somos, alejando aún más a todo aquél que, curioso, se quiera acercar a ver el rito de la antigüedad más bello que aún se conserva.
Surge, recapacitando sobre lo que he dicho, una cuestión: ¿Cómo es posible que nuestros gestos sobrios nunca tengan repercusión mientras que los alaridos histéricos de cuatro extremistas estén permanentemente en prime time televisivo? Pues porque la persecución a la que los taurinos estamos sometidos tiene dos frentes que, teniendo el mismo origen y perteneciendo a un mismo entramado, son muy diferentes.
Obviamente, los grupúsculos mal llamados “animalistas” pertenecen a una compleja red muy organizada y excelentemente financiada que los usa como guardia pretoriana, como el cuerpo de la provocación y foco de la atención mediática. Pero, a la vez que manda a sus sicarios, esa red manipula a su antojo los medios de modo a que se fijen en ellos y los presiona de múltiples formas para que omitan cualquier información sobre la Fiesta. Su potencia propagandística y manipuladora se ve respaldada, por supuesto, por el trabajo de lobby que desarrollan en las diferentes comunidades autónomas, parlamentos nacionales y en Bruselas, donde se encuentran instalados impidiendo que el debate amaine.
Creo que es ahí donde el sector no puede quedarse callado. No sirve únicamente con desmonterarse. Que Televisión Española -de la que somos tan pagadores como los antitaurinos- nos niegue nuestro derecho a la información es sonrojante y un caso único en el mundo.
Que una comunidad autónoma o una ciudad decidan prohibir las corridas por las presiones y que ni el gobierno ni el Tribunal Constitucional tengan a bien emitir un comunicado o veredicto al respecto es otro síntoma del poder que ejercen y de la dejación de funciones de defensa y difusión por parte del sector.
Que manifestaciones violentas e insultos se permitan en las inmediaciones del acto contra el que protestan es otro caso de estudio en la legislación de toda Europa.
Pues bien, el sector taurino se reúne, se desmontera y, de vez en cuando, cada uno por su lado, saca un comunicado. El garrotín español, que decía Julio Camba, en el que cada uno baila a su aire, sin siquiera ensayar una coreografía, por primitiva que sea.
Si nuestra devoción hubiese sido revelada por un ente superior, pocos se atreverían a insultarnos, compararnos a asesinos o cerdos y a agredirnos. Hay leyes estrictas sobre ese asunto.
Si nuestras asociaciones fuesen parroquias o logias, grupos excursionistas, tunas o peñas del Alcoyano, el escándalo sería mayúsculo.
En un mundo ideal, nuestra protección estaría apoyada por cualquier hombre con unos valores y una cultura mínimos. Se horrorizaría ese hombre ante los sucesos que contamos. Pero no es un mundo ideal.
Es un mundo en el que una moda se convierte en verdad y en el que la superioridad moral parece cobrar connotaciones que le otorgan un preocupante poder de decisión sobre los comportamientos y las libertades individuales del vecino. Y es un mundo en el que los lobbies tienen mucho más poder del que sería deseable y machacan permanentemente al espectador, al político y al empresario patrocinador.
La situación es emergente
Tras las últimas elecciones, peligran las plazas de muchos pueblos pequeños y escuelas de tauromaquia a las que es fácil atacar por las ayudas que reciben. Tan simple como retirarlas. Pero el órdago es a la grande y se pretende acabar con los toros en La Coruña, en Huesca, en Alicante… Mediante algo tan burdo como la prohibición. Por dos motivos que repugnan ideológicamente a cualquier hombre verdaderamente cultivado: Que no entramos en su “corpus” moral y que somos minoría.
Capitales de provincia en peligro de quedarse sin festividad taurina, así como miles de pueblos en los que es el entretenimiento mejor y casi único de sus fiestas.
Urge, por lo tanto y una vez más, aunar esfuerzos económicos y de trabajo. Crear un Observatorio que informe a los políticos desinformados e intoxicados por los lobbies antitaurinos, que presione a los medios para dar la notoriedad que merece a una parte tan significativa de la cultura popular y que difunda las verdades sobre la tauromaquia. Su importancia para la economía, para la ecología, para la lengua y para la cultura. Que explique que la esencia de los pueblos es lo que los hace únicos y que el aplanamiento cultural, el arrasar con todo lo que es diferente para sustituirlo por una moral única y vigilante, es propio de los totalitarismos.
Y que, pese a que seamos una minoría y un “democrático” referendum nos quisiera hacer desaparecer, tenemos derecho a expresarnos y a sentir nuestra devoción porque es una parte fundamental de nuestra libertad individual.
¿Cuántos artículos como este se han escrito? No se ha visto nada. El sector sigue pasivo, confiado en que nada va a suceder; ya hemos visto al lobo las orejas y asoman los primeros dientes. ¿A qué esperan? Me resulta imposible saberlo. Más: Tarde tras tarde nos ofrecen espectáculos descafeinados con toros deficientes, con ventajismos repugnantes y que inclinan la balanza hacia quien considera que la Fiesta, sin bravura, no es más que un circo.
Como aficionados ya dedicamos mucho tiempo y dinero a esta afición. Si los toros acaban, iremos al cine o al teatro. Mientras, bastante hacemos con pagar y aportar nuestras ideas y nuestras manos para lo que haga falta. Mientras nos insultan o nos amenazan.
Esperemos que por fin alguien decida dar un paso adelante. Y no en un paseíllo. No desmonterándose.
Porque a nosotros lo que nos queda es parafrasear el famoso discurso de Cicerón al peligroso traidor Catilina “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”
(Eduardo Gavin en: purezayemocion.com Foto: deltoroalinfinito.blogspot.com.es)