Entre los varios centenarios de distinta índole que nos están tocando vivir últimamente, este año – el día 16 de mayo – también se conmemora la muerte del torero Joselito, conocido también como Gallito. Aunque sobre este torero se ha hablado y escrito en abundancia, mucho más se le va a recordar durante el trascurso de este año 2020, tanto en prensa, como en círculos taurinos a través de charlas y conferencias. Yo, la mayor parte de este artículo la voy a dedicar a su paso por Pamplona.
En la huerta llamada “El Algarrobo” en la calle de la Fuente, en Gelves (Sevilla), nació, el 8 de mayo de 1895, José Gómez Ortega.
En abril de 1912 hace su presentación en Madrid. El 28 de septiembre su hermano Rafael mas conocido como El Gallo o “el divino Calvo” le da la alternativa en Sevilla. Ese mismo año torea 14 corridas de toros. En 1913 torea ochenta. Sigue los próximos años su marcha ascendente toreando mas de cien corridas al año. La temporada 1920 la empezó el 4 de abril, en Sevilla, hasta que un toro de nombre “Bailaor” acabó, en Talavera de la Reina, con una de las figuras mas grande del toreo. Es el 16 de mayo de 1920, toreando con su hermano político Ignacio Sánchez Mejías reses de la viuda de Ortega, el quinto toro lo cogió cuando José miraba la muleta para arreglarla o cambiar de mano. Recibió tan tremenda cornada en el vientre, que dejó de existir a los pocos minutos de haber sido llevado a la enfermería.
El año 1914 es cuando empieza de verdad la rivalidad y la competencia entre gallistas y belmontistas. Anduvieron a golpes y discusiones defendiendo a sus ídolos taurinos en las plazas de toros y en las tertulias de café, dándose en muchas ocasiones el curioso caso en los graderíos que, cuando toreaba Belmonte, los joselistas se volvían de espalda como despreciando su labor y viceversa cuando toreaba Joselito.
Joselito dominaba los toros como nadie pero fue un torete de una ganadería medio anónima, en una oscura corrida provinciana, quien atropelló y destruyó en un momento la maestría de Joselito. El toro pudo enganchar y matar, pese a su débil apariencia, a Joselito, el llamado rey de los toreros, al más sabio, al maestro, al fácil, al único.
Cuando a las nueve de la mañana del día 19 de mayo llegó a la estación de las Delicias de Sevilla el tren que conducía el cadáver de Joselito, un inmenso gentío ocupaba totalmente los andenes de la estación; seguidamente, en un silencio impresionante, comenzó a moverse la comitiva con el féretro a hombros en dirección al centro de la ciudad. La llegada a la Alameda de Hércules fue un río de masas, donde todos los balcones del gran paseo lucían colgaduras de luto y las columnas de los Hércules aparecían con crespones negros. El día anterior, el cortejo fúnebre ya había sido paseado en Madrid por la Puerta del Sol y proximidades de la Puerta de Alcalá ante un baño de multitudes.
Escritores, poetas, pintores y escultores hallaron fuentes de inspiración en su vida, en su arte y en su muerte.
Joselito y su paso por Pamplona
La primera vez que se contrata a Joselito para torear en Pamplona es en el año 1914, pero se cayó del cartel pamplonés tan solo unos días antes por haber sido cogido por un toro en otra plaza y estar varias semanas convaleciente, motivo por el cual, el torero sevillano no pudo acudir a la cita. Debutó al año siguiente 1915 con tres tardes contratadas. Volvió el año 1917 donde estaba contratado para las cinco corridas que se dieron ese año, toreando cuatro corridas más y la del día 9 que fue de prueba. En el año 1918 el programa de fiestas añadía cuatro corridas de toros y una de prueba y Joselito participó en cuatro tardes. En el año 1919 lo contrataron para las cinco corridas que se dieron ese año, incluida la de prueba. Llegó a torear en total dieciocho veces: 14 tardes más cuatro corridas de las llamadas de prueba, estas por lo general se celebraban por la mañana del día 9 con un solo toro por torero.
Según cuenta Galo Vierge, “en España se respiraba la Edad de Oro del toreo, y el suave silencio de Pamplona de aquel 7 de julio de 1915, se rompió estrepitosamente a las seis de la mañana, a la hora del encierro, cuando dieron suelta desde el corralillo a los seis toros navarros de la ganadería Navarra de Alaiza, que iban a ser lidiados por la tarde por los diestros: Francisco Posada, Saleri II y José Gómez Joselito, que hacía su presentación en la plaza de toros de la capital Navarra.
>>El acontecimiento taurino fue extraordinario. A Pamplona acudieron ese día centenares de forasteros que deambulaban por las calles, las cuadrillas de mozos desfilaban con sus charangas con inmensa alegría, rondallas de ciegos venidos de diversas provincias, formaban corros en las esquinas de las calles y hacían sonar sus instrumentos de cuerda, mientras el cantor del grupo lanzaba al aire el romance de una copla que hablaba de amores, de esperanza y desengaños, haciendo suspirar a más de una mocita que se apresuraba a adquirir la hoja con la canción impresa cuyo valor era de diez céntimos el ejemplar.
¡Qué bonito era todo aquello! Los espectáculos públicos se sucedían unos a otros, y era curioso contemplar por ejemplo, el vistoso desfile de los componentes de un circo, que como procesión fantástica de original propaganda, recorrían el Paseo de Sarasate y Plaza del Castillo, con sus bellas amazonas montando en enjaezados caballos, los elefantes llevando en sus musculosos lomos pequeños tronos orientales, carrozas imperiales con su reina de belleza desbordante que lanzaba besos a la multitud, precediendo a las trapecistas cubiertas con majestuosas capas salpicadas de lentejuelas de oro y plata, que como pequeñas estrellas resaltaban en el bordado de negro terciopelo. El zancudo de más de cuatro metros de altura repartiendo programas. La banda de música con sus llamativos uniformes, y delante los enanitos con sus saltarinas cabriolas haciendo las delicias de los niños, mientras León Salvador, el más popular charlatán y vendedor de España, en un ángulo de la Plaza del Castillo, frente al Palacio de Diputación, con su peculiar gracejo ofrecía relojes a “duro” y plumas estilográficas a peseta.
En este ambiente de maravillosa armonía debutó Joselito en Pamplona. ¡Cómo estaba la plaza de toros aquella tarde! Los escudos con los colores de la bandera se prodigaban en la plaza adornando los pilares, junto a los palcos, uno de ellos ocupado por los niños de la Casa de Misericordia, abriendo los ojos a la vida ante un espectáculo maravilloso de luz y alegría.
Los graderíos rebosantes de público esperando con inusitada paciencia a que diese principio la fiesta, las cuadrillas de mozos bailando incansables sobre los tablones de madera que servían de asiento en el tendido de sol, haciéndolos vibrar bajo el viril impulso de balanceo de los mozos pamploneses, donde no faltaba el entusiasmo de los mas populares de aquel Pamplona pequeño y entrañable de treinta mil habitantes. Mozos como Baldomero Barón, que mas tarde sería periodista y poeta de Navarra, su hermano Cándido, que corría delante de los toros en el encierro en el último grupo, levantado en su mano derecha una sombrilla abierta, que representaba que los toros estaban a punto de entrar en la plaza. Pedro Trinidad, el ferviente bailarín de los gigantes de Pamplona. Ignacio Baleztena, y su inseparable amigo de juerga Emilio Malumbres, que una mañana de encierro entraron delante de los toros en la plaza, imitando con su atuendo a dos despistados aldeanos de la cuenca, con su correspondiente cesta de huevos y un gran paraguas azul colgado del cuello, haciendo las delicias del público con su graciosa ocurrencia. Todos ellos, y otros más, pamploneses y navarros de pura cepa que sabían conservar con verdadero entusiasmo las sencillas costumbres de un pueblo cuyo eco de sus fiestas sanfermineras se esparció universalmente.
¿Y Joselito…? ¡Cómo estuvo Joselito aquella tarde! Toda la gama del toreo del primer tercio, la desarrolló maravillosamente. En un toro hizo el “galleo” que, consistía en correr delante del toro de espalda, llevando el engaño sobre los hombros, girándolo suavemente a derecha e izquierda con el toro encelado en la tela, recorriendo de esta forma parte del redondel, para terminar con una revolera. Años mas tarde el que fue gran torero madrileño Marcial Lalanda, realizó algo parecido de frente al toro, en el llamado “quite de la mariposa”, bellas suertes desaparecidas para desgracia de este espectáculo que cada día se hunde más en el negro pozo de la rutina.
Joselito banderilleó esa tarde a sus toros con maestría insuperable. Cuando en el toro de su debut los clarines anunciaron la señal de matar, la plaza se envolvió en impresionante expectación. Después… el estruendo de las ovaciones, el grito ensordecedor de la multitud llena de frenético entusiasmo ante aquel derroche de arte, de maestría y de superación. Fue una faena cumbre donde se encontraron todas las armonizaciones ante un toro navarro de la ganadería de Alaiza que demostraba con su fiera embestida la casta y bravura de la tierra. ¡Joselito! ¡Joselito! clamaba la muchedumbre que, de pie sobre los asientos, parecía enloquecer de alegría. Y vino después una gran estocada en lo alto del morrillo, dobló el toro y los pañuelos flamearon con frenesí pidiendo premio para Joselito, que todo emocionado miraba a la presidencia. Dos orejas y rabo, vuelta al ruedo y salida al tercio. La apoteosis del bien torear quedó grabada en la plaza de toros de Pamplona, en aquel 7 de julio de 1915.
Al día siguiente Rodolfo Gaona, el gran torero mejicano, teniendo como compañero de terna a Torquito y Joselito, colocó a un toro de Concha y Sierra su famoso par de banderillas, cuya fotografía sacada por el fotógrafo pamplonés Pepe Roldán (foto que no registró y se la adjudicó otro fotógrafo) dio la vuelta al mundo y, en Méjico, se erigió un monumento en su honor.”
Joselito en Pamplona con toros navarros de Cándido Díaz
Otro de los grandes acontecimientos que protagonizó Joselito a su paso por Pamplona fue el día 8 de julio de 1918, lidiando toros navarros de Cándido Díaz. Esta corrida (según cuenta también Galo Vierge que la vivió en directo) había despertado una gran expectación en Pamplona y en toda la comarca ribereña. ¡No era para menos! Después de haber desaparecido varias ganaderías navarras como Lizaso, Guendulain, Pérez Laborda e incluso los famosos Carriquiris (los que más fama dieron a la casta Navarra) y otras, ese día hacía su presentación en la vieja plaza de toros, Cándido Díaz, prestigioso ganadero navarro que supo mantener la tradición ganadera familiar desde que se fundó en el año 1865. Don Cándido eligió para ese día seis magníficos ejemplares que causaron la admiración de los muchos aficionados que bajaban a los corralillos del Sario a verlos.
Como he comentado, el aspecto de la plaza de toros ese día resultaba brillantísimo. Y, Joselito esa tarde estuvo inmenso, demostrando el dominio y el poder que tenía delante de los toros, aunque estos fueran de mucha casta y mucha fuerza, haciendo bueno el porqué le llamaban “el rey de los toreros”.
Ese mismo día por la noche, Joselito, acompañado de su cuadrilla y de algunos aficionados pamploneses se encontraban reunidos ante un velador del Café Iruña, donde hoy se encuentra el portal del Casino Principal y donde tenía el consultorio el dentista Rubio, quien como publicidad tenía colocada una vitrina conteniendo una dentadura postiza que se abría y cerraba automáticamente, causando el asombro de chicos y grandes y la del propio Joselito y compañía, quienes se detuvieron unos instantes a ver aquel ingenioso artilugio. Joselito, como siempre, vestía de torero. Sombrero cordobés. Camisa de rizados bullones con botonadura de oro y brillantes. Entallado traje corto que hacía resaltar más si cabe su gallardía figura. ¡Torero en la plaza y en la calle! Con gran animación Joselito y sus amigos charlaban de las incidencias de la corrida de la tarde, cuando acertó a pasar por allí don Cándido Díaz, acompañado de unos amigos. Don Cándido, con la ribereña nobleza que le caracterizaba al ver al torero se dirigió a él, a saludarle, diciendo al tiempo que le estrechaba la mano —: ¿Qué opina usted de mis toros Joselito?
—¡Hombre!, ¡Por Dio Don Candido! —exclamó el torero—, que a poco me quedo sin cuadrilla, un poquillo meno de fuerza en sus toros no estaría de má, no lo digo por mí; sino por mi gente de a caballo, que de tanto golpe que han resibío tienen el cuerpo má negro que el botijo de un trenero. — La carcajada fue general.
Joselito y el toro “Curro”
Otra de las anécdotas de Joselito a su paso por Pamplona que tanto dio que hablar en aquellos lejanos días, fue la que protagonizó también junto al ganadero navarro Cándido Díaz. Fue la historia de un toro que se hizo muy famoso llamado “Curro”, berrendo en negro, de la ganadería de Don Cándido, un morlaco que asombraba el pánico en las mañanas sanfermineras, cuando salía por la puerta del toril para limpiar el ruedo sembrado de corredores. Un toro que durante muchos años corrió en el encierro sirviendo de guía a los toros que se iban a lidiar en la corrida de la tarde. ¡Era tremendo aquel toro! Debido a un accidente que sufrió al ser trasladado de Puente Gil (Peralta) a la finca del Recuenco, se partió un cuerno por la cepa y al no ser curado como era debido se le pegó a la carne, dándole la característica de Curro. Procedía de un cruce que Cándido Díaz hizo con toros del Marqués de Guadalets, tratando de mejorar la bravura de sus reses. Pronto se hizo famoso el toro “Curro” en sus correrías por los pueblos de la Ribera en sus fiestas patronales, en simulacros de lidia pegando “tarantaneos” a granel con un poder extraordinario, hasta que el año 1918, al ser contratada una corrida de Cándido Díaz para ser lidiada el segundo día de San Fermín por los afamados diestros Gaona, Joselito y Saleri II, el toro “Curro” fue destinado para ser toreado por la mañana por los aficionados, después del clásico encierro de los toros. Su fama de “maldito” venía precedida de fechas anteriores. Salía a una velocidad endiablada de los chiqueros, arrollando todo lo que se le ponía a su paso y después de zarandear a diestro y siniestro, se plantaba en el centro del ruedo desafiando para ver quien era el “guapo” que se acercase a sus dominios. Cuando algún valiente lo citaba desde lejos, “Curro” lo miraba desafiante como diciendo: “¡Acércate un poco mas y verás lo que es bueno”! y el mozo, confiado en su valor, adelantaba unos pasos mas, lo que aprovechaba el toro para lanzarse como una flecha sobre el desgraciado, que era atrapado antes de alcanzar la barrera, siendo derribado al suelo donde el cuerpo de la victima era pisoteado, mordido y ensuciado de boñigas, por aquel toro que “sabía latín”, pegando con su cuerpo donde mas daño hacía, dejándole en jirones la ropa a su víctima que se debatía entre las patas de aquella furia del infierno.
La popular fama de este toro llegó a oídos de Joselito que, rodeado de amigos (entre los que se encontraba el ganadero Cándido Díaz), se hallaba en el hotel descansando para torear la corrida de la tarde. Joselito, al escuchar los comentarios de los contertulios que decían que era imposible torear a “Curro”, se dirigió a don Cándido — cuyos toros lidiaba por la tarde como acabo de decir , hablándole con su fino acento andaluz empapado de corrección y gracia—: ¿Es verdad lo que dicen estos señores, que no hay manera de torear a su toro? — y seguidamente añadió el torero—: A mí me gustaría probar ahora mismo, si lo puedo hacer yo.
—Mire usted Joselito— le contestó don Cándido—, que es un toro de mucha fuerza, y…
—Nada, ¡vamos ahora mismo! —replicó el torero resueltamente y, uniendo la acción a la palabra, se levantó del lecho y una vez vestido se encaminó en dirección a la plaza, rodeado del grupo de amigos que no querían perderse la ocasión de presenciar un hecho memorable. Yo (Galo Vierge), entré en la plaza en compañía de mi tío Andrés García, empleado del coso, y popular zapatero de Pamplona.
Agustín Uztárroz, valiente mayoral de la ganadería de Cándido Díaz, dio suelta al toro que, como siempre, salió a la arena del ruedo dispuesto a “zurrar la badana” al intruso que se acercase a sus dominios. Joselito, con el capote en la mano, se aproximó decididamente al morlaco que cachazudamente aguardó a que el torero llegase a su alcance. El silencio en la plaza era impresionante a pesar de que el grupo de curiosos había engrosado como por arte de magia. Por fin se arrancó el toro con fuerza y Joselito, con su gran maestría, adelantó el capote equivocando al toro Curro que como una exhalación pasó rozando el cuerpo del gran torero, quien volvió a lancear al toro dándole tres capotazos. Una salva de aplausos estalló en la plaza dedicado al dominio que Joselito estaba protagonizando con el toro “Curro”, quien se volvió sonriente y agradecido hacia sus amigos. El toro sofocado enganchó el fuelle de su cuerpo recuperando fuerza y Joselito volvió a citar nuevamente, animando al toro, “ ¡Embiste ya malage!” y entonces sobrevino la catástrofe.“ Curro” se arrancó con furia salvaje sobre el torero que no pudo esquivar su fuerte acometida siendo alcanzado de lleno y lanzado a gran altura. Una vez en el suelo el toro frenético de coraje, sin distinguir jerarquías, le propinó una soberana paliza. Gracias a la intervención del mayoral Agustín Ustarroz, el toro soltó a su presa y entonces demostró Joselito su casta y pundonor profesional. Volvió a coger en sus manos el capote y, en un grandioso alarde de facultades y dominio a pesar de la paliza recibida, prendió al toro entre los vuelos de la tela, lo llevó de un lado a otro de la plaza y con un precioso recorte dejó a Curro clavado en la arena, resoplando con fuerza por sus fauces humilladas ante la inteligencia y valor del llamado “Rey de los Toreros”. Maltrecho y dolorido, sobreponiéndose a la molestia que le causaba los golpes recibidos, Joselito, por salvar a la empresa de un grave apuro de su sustitución por otro espada, dio por terminada su aventura con “Curro”, cumpliendo su compromiso de torear por la tarde una corrida dura de don Cándido, cortando una oreja en cada toro. Cuando después de dar la vuelta al ruedo, el torero sevillano se limpiaba el rostro de sudor, se le acercó el ganadero navarro diciéndole en tono de broma—: Joselito, ¿quiere que le saque el toro Curro de propina? — Y el torero contestó—: ¡Ozú, ozú, como me duelen todos los huesos de la paliza. ¡Qué toro!
Poco mas tarde, tanto el ganadero como el torero, tuvieron muertes violentas y trágicas: Joselito muerto por el célebre toro “Bailador” en Talavera; Don Cándido, cuando se dirigía en su automóvil a su finca enclavada en la vega ribereña, en un paso a nivel en el pueblo de Noáin fue arrollado por el tren.
Por Cecilio Vierge
Fotos: Archivo Vierge con fotos de Pepe Roldán.