Entre bárbaros y barbaridades.

  • Reproducimos el artículo que escribe Enrique Martín en su blog Toros Grada Seis

Hace unas fechas conocimos del ataque sufrido por el Club Taurino de Pamplona por parte de unos elementos que se dicen defensores o amantes de los animales, que se ponen el autoritarismo por montera y deciden que ellos y solo ellos deciden sobre los derechos de los demás. Ellos y solo ellos deciden sobre la conciencia, racionalidad y derechos de animales y seres humanos. Ellos y solo ellos deciden libertariamente quién tiene derecho a la libertad y quién no. Pero ellos no son los que asumen el papel de Dios para poder decidir las doctrinas que luego nos van a imponer al resto de seres vivientes. Y digo que ellos, este brazo ejecutor, no deciden tan siquiera si la lechuga la quieren a la plancha o en pepitoria. Ni ellos, ni los que les transmiten las doctrinas proanimalistas amparados en unas siglas. Que aunque ellos no lo crean, todo les viene desde mucho más lejos, quizá desde el mismo sillón del que mana el dinero para que ellos jueguen a malotes celestiales defensores de unos animales que si pudieran, les pedirían que no les defendieran más, que si siguen haciéndolo, igual les dejan en cuadro o incluso a cargo del mismo partido que les acoge.

Estos cachorros de malotes y defensores de los animales, tan civilizados ellos, deciden ajustar cuentas con sus enemigos, porque así consideran al que no se alinea con sus posiciones, a base de mamporros, trompazos o lo que convenga, sea lo que sea. Quizá esa es la civilización que buscan, el mundo que desean, excluyente y dónde se impongan las ideas a trompazos y, ¡ay de aquel que no entre por el aro! Tengo que reconocer mi absoluta parcialidad en estos asuntos, en primer lugar, aparte de la solidaridad con los del Taurino de Pamplona, como agradecimiento a su proceder conmigo desde el día en que me invitaron a charlar de toros con ellos. Tampoco puedo ser imparcial, porque esa afición, esa pasión que nos une, el toro, me hace sentirme más de su lado que del de los otros. Y tercero, porque si tengo que elegir entre las personas y los animales, lo tengo muy claro. Lo que no quiere decir que me enfrente con todo aquel que maltrate a un animal, faltaría más, pero, ¿qué es maltrato animal?

Mucho se ha dicho, se ha escrito y lo que te rondaré morena, sobre lo que es maltrato animal. Para mí lo es todo lo que pretenda o impida a los animales el que sean eso, animales, seres vivos que puedan desarrollar los instintos propios de cada especie y no verse obligados a poseer conductas propias del ser humano. Para mi es maltrato animal el pretender que estos se integren en un medio que no es el suyo o simplemente el que se les excluya de la sociedad, porque para lo que eran criados ya no es aceptable, porque era maltratarlos. Entonces, ¿qué camino les queda? Pues parece muy claro, ¿no? Que es que ya, hasta les impedimos procrear y a perros y gatos se les castra, porque así no me estropean el sofá. ¡Válgame! Quizá habrá en el Taurino de Pamplona, aparte de aficionados a los toros, cazadores, ganaderos, granjeros, agricultores, notarios, químicos, carpinteros y sobre todo, amantes de la naturaleza en toda su extensión. ¡Qué cosas! Que raritos son estos de Pamplona. Que si pueden se dan un paseo a caballo por el monte, que lo mismo sacan a sus perros a que corran por el campo, igual hasta se preocupan de que el medio rural no desaparezca y siga siendo eso, la naturaleza sin bermudas, ni chancletas. Igual tienen tendencias tan extrañas que entienden que en esos montes navarros no pongan una máquina de refrescos cada cien metros, ni que no se alicaten los irregulares caminos de la Selva de Irati o la Sierra de Aralar. Sí que son raros, sí.

Que los aficionados a los toros, incluidos esos bichos raros del taurino de Pamplona, tenemos que regalar nuestra comprensión a esos que se creen en el derecho de atacar, destrozar y humillar a los que ni piensan como ellos, ni quieren parecerse a ellos. A veces tengo la sensación de que quieren convertir lo antinatura en lo normal, que de momento admiten los encierros, pero no las corridas de toros, aunque igual al final acaben soltando un bolón a lo Indiana Jones Estafeta abajo. Que son tan dulces y magnánimos ellos, que lo mismo adoptan una morsa, una vaca, un ciempiés y una víbora para en amor y armonía convivir todos juntos en un santuario de animales. Eso sí, a la vaca no la ordeñaremos, porque es abusar de su condición de vaca; al ciempiés le comprarán cincuenta pares de zuecos, sin pensar en las ampollas en los cien pies; al morsa la llevarán al barbero para que le arregle sus bigotes y a la víbora… a esta no le sacarán el veneno, porque de eso ya van servidos por generaciones. Y todo hijo de vecino tiene que admitir, asumir y aplaudir este modelo de naturaleza que a ellos les cabe en la cabeza. Un modelo pacato, sin demasiadas luces, limitado y supuestamente benévolo, pero ojito como digas que por ahí no, que en seguida tiran de fanatismo y te destrozan unas cristaleras, unos tablones y te intentan arrebatar la dignidad en nombre de los animales. Sabrán estos lo que es la verdadera ecología, ¿sabrán lo que es mantener ese tan frágil e imprescindible equilibrio entre las especies, entre estas y el medio? ¿Sabrán lo que es el bienestar animal de verdad? La verdad es que no lo sé, quizá algo intuyo, pero nada más. Que bastante avanzaríamos si aprendieran a dejar tranquilas a esas gentes, como los del Club Taurino de Pamplona, que aunque les consideren unos raritos, que ahí no me meto, sí parecen diferenciar entre una naturaleza alicatada hasta el techo con güifi en los robles y la de verdad, la que es tan bella como imprevisible, a veces salvaje, pero siempre verdadera. Y por si fuera poco, también saben distinguir entre bárbaros y barbaridades.  

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