A pesar de la inquina que se me pueda atribuir con respecto al Juli, por todo lo que le exijo y le atizo; por su toreo, a veces tan impostado, heterodoxo cuando menos; no escribo hoy para cebarme con el torero. Mi intención no es otra que dejar patente la aflicción que siento por lo que significan sus palabras, por el futuro que nos espera y por lo que más me gusta de todo esto: los toros. Nada más y nada menos.
Vamos por partes. La teoría de la exigencia de un sector de la plaza de Madrid, una minoría ruidosa, y la crítica implacable de la que Joaquín Vidal (qepd) es cabeza visible, está muy pasada de moda, caduca, y resulta bastante rancia y demagoga. De esto hace más de quince años y entretanto han seguido cayendo sangres únicas, muchas con morfología para plaza de primera. Hay que echarle bastante morro al asunto para salir ahora con esas. Es un problema mucho más profundo, cada casta, cada ganadería, tiene una historia particular, reducir la extinción del ganado a un grupito de aficionados furibundos y a unos cuantos escribas es un argumento muy pobre. Lo cierto es que el público medianamente entendido cada vez está más concienciado con la sangría de encastes y agradece sobremanera todo lo que se salga del guión establecido, esto es el toro monotema. Solo hay que ver en San Isidro el aspecto de la plaza los días de corridas diferentes, por no hablar del llenazo de Fandiño con ganaderías de las no blandas.
Me preocupa, y me duele, que nos pasemos el día defendiendo la riqueza del toro de lidia, su singularidad, el patrimonio de su genética, y una de las máximas figuras que a todas horas repite que le debe todo al toro, no sienta el mínimo miramiento con los encastes que poco a poco vamos perdiendo y que nunca más van a volver. Lo peor es que esta desidia no produce otra cosa que degradación para el toro. Poco a poco lo van minando. Es la culminación de una serie de figuras que han ido sucediéndose, que fueron cercando el abanico hasta llegar a esta situación caricaturesca en la que nos encontramos, donde un espada limita su temporada a tres o cuatro ganaderías con el mismo patrón de comportamiento, nos dice que son las que sirven, y pretende que sintamos atractivo.