El argumento de los “taurinos” para repetir los carteles de sota, caballo y rey, se basa en que esas combinaciones llevan gente a la plaza. “¿Cómo no vamos a poner a las figuras si son las que llenan?” “¿Cómo vamos a apostar por la cantera, por los jóvenes valores, si el gran público no los conoce?” “¿Qué es eso de anunciar otro tipo de ganaderías, si las que embisten son las cuatro de siempre?” Bueno, pues señores, ya se les ha acabado el cuento. Se han quedado en calzoncillos. No nos tomen más por tontos, que ya no cuela. Estas falacias repetidas hasta la saciedad por los miembros del sistema taurino y sus propagandistas de los medios de desinformación, siguen quedando en entredicho. Muchas han sido las plazas que desde hace algunos años han dado la espalda a las figuras y a sus “toritos”, pero la rebelión ya ha llegado a cosos tan importantes como el de Bilbao. Es una rebelión callada, sin protestas. Simplemente consiste en dejar de pasar por taquilla. Con esos precios desorbitados y esos carteles sin interés alguno, ¿quién va a ir a los toros? Pues bien; poca, muy poca gente. Y sí, esta deriva ya viene de atrás; pero es que antes, al menos, el público de clavel acudía a los carteles de “relumbrón”, al lujo. Ya ni eso. O si no fíjense en la entrada que registró la plaza de Vista Alegre para ver a sus dos grandes ídolos: Ponce y Juli. Ni tres cuartos cubiertos para uno de los carteles estrella del abono. Qué fracaso.
Y los que se quedaron en casa acertaron de pleno. Porque vaya tarde… Por enésima vez, el todopoderoso Julián se había traído a sus aliados de Domingo Hernández, toda una divisa de garantías según los expertos del mundillo. Un encierro correctamente presentado, parejo de hechuras, y nada ofensivo ni descarado por delante. Todo en su sitio para que comenzara el disfrute de público y terna. Pero no pudo ser. La selección natural se cruzó en su camino. Porque, sí, los ganaderos de bravo –en este caso de manso– seleccionan bajo unos parámetros determinados, pero la naturaleza, a la larga, también juega su papel. La casta y la bravura siempre tienden a desaparecer y a ser sustituidas por la mansedumbre. Por eso, el equilibrio entre casta y nobleza es tan delicado. Por eso, cuando le echas demasiada agua al vino… Y es que lo que querían –lo que siempre quieren– es el toro de carril, el borrego que va y viene con absoluta franqueza y que no presenta dificultad alguna. Con esos animales se explayan en su destoreo moderno. Están tan cómodos… Pero hoy, hasta ellos se llevaron una decepción. Porque lo que salió por chiqueros no fue un sexteto de nobles colaboradores, sino un desfile de inválidos. Una mansada tullida de la que apenas pudieron sacar partido las grandes figuras y el líder del escalafón.
Una triste oreja cortaron. Se la llevó Enrique Ponce tras acabar con el primero, un manso con nobleza que se puso molesto por momentos. Tapándole mucho la cara y buscándole las vueltas, el valenciano lo trajinó con su particular estilo, vendió muy bien la película, y se metió a la gente en el bolsillo. La estocada cayó traserilla. Ya frente al cuarto sacó a relucir su siempre recurrente versión de enfermero para intentar mantener en pie a un bondadoso inválido. Apenas lo consiguió y escuchó palmas.
El resto de la tarde fue una interminable sucesión de trapazos, la mitad de ellos enganchados. Incómodo toda la tarde, El Juli intentó trastear con su innata “finura” a un lote descastadísimo y se tiró a matar a los blandos. Y López Simón –ay López Simón– dio un recital de pegapasismo y vulgaridad, sobre todo, ante el sexto, un astado que tuvo algo más de movilidad dentro de su flojedad y sosería. Mejor colocadito en su primero, un marmolillo, firmó alguna serie estimable al natural. Con la espada, estuvo horroroso.
(Fuente: Alejandro Martínez en www.porelpitonderecho.com Foto: Emilio Méndez)