Se inicia la temporada taurina 2017 con los aficionados a los toros estigmatizados por la brújula de la sociedad de hoy. Tertulianos chabacanos despotrican a diario contra nuestra fiesta y arribistas sociales de todo pelaje se apartan rápidamente de todo lo que refleje a tauromaquia.
Sin perjuicio del trascendental papel que debe poseer el periodismo en la estructura social, lo cierto es que las imágenes reales de muertes violentas llueven sobre la sociedad de hoy con escasos o nulos filtros éticos. Y ello no es sorpresivo ni extraño puesto que el impacto emocional de la contemplación de la muerte, cuando no la morbosidad, suele ser un camino seguro para copar la cobertura informativa. Lo que tiene una explicación más difícil es la ruta del “animalismo“ que han emprendido amplios sectores de la sociedad. No se trata simplemente de una influyente corriente de opinión sino que nos hallamos ante la irrupción de un nuevo código moral que humaniza a los animales con una mano y animaliza al hombre con la otra.
Variados intelectuales ofrecen diferentes respuestas a la pregunta de hacia dónde se dirige la humanidad de nuestro siglo, coincidiendo todos en la perdida de timón de la sociedad occidental sobre el valor de la muerte del ser humano. Mientras el existencialismo y el desarrollo tecnológico eclipsan a la muerte como el destino final de la vida, los medios de comunicación la banalizan, comerciándose con ella como un mero entretenimiento. La pérdida de la trascendencia humana es la tierra yerma donde crece la nueva ética de igualdad entre el hombre y los animales.
Nuestro tiempo ha situado a la tauromaquia en la encrucijada de un cambio de época. Los aficionados a los toros, abandonados por las masas que orbitan según la dirección del viento, nos vamos quedando solos con la brújula que hemos heredado en la mano.
Es la brújula que diferencia la dirección del hombre y la de las bestias.
Carlos Chérrez.