6ª de las Corridas Generales 2015
¿Valores o despojos?
(Alejandro Martínez en porelpitonderecho.com)
El presidente de la plaza de toros de Bilbao le negó la segunda oreja a “El Juli” en el quinto de la tarde. Y se armó la mundial. El trofeo había sido pedido clamorosamente por la mayoría, pero Matías González no sacó el segundo pañuelo. En este punto conviene recordar el reglamento. Sí, ese documento que organiza y legisla los espectáculos taurinos y que se cumple rara vez hoy en día. Según dicho reglamento, la primera oreja es del público, pero la segunda es potestad del presidente. Además, para conceder ese segundo trofeo, el usía deberá juzgar todos los tercios de la lidia con especial atención a la suerte suprema, la estocada. Y aquí llega la pregunta del millón: ¿cómo mató El Juli? Pues mal, muy mal. El madrileño –para no perder la costumbre– derribó a su segundo con un horrendo espadazo ejecutado con la particular suerte del “julipié”. Saliéndose de la suerte descaradamente, cegando a su oponente con todo el engaño, y pegando un salto digno de incluirse en la disciplina olímpica del salto de altura; Julián enterró el acero en el lugar que quiso la Diosa Fortuna. Para ser más exactos, el horrendo espadazo cayó trasero y bajo. Vamos, un infame bajonazo. Es decir, tanto la ejecución como la colocación de la estocada fueron defectuosas.
Y, claro, una vez planteado esto, nos surgen otros tantos interrogantes: entonces, ¿a cuento de qué se generó tanto debate y polémica?, ¿por qué se pidió la segunda oreja?, ¿por qué se abroncó al presidente, si éste se limitó a cumplir con el reglamento? La respuesta a todas estas cuestiones es sencilla: no existe afición. Afición, entiéndanme, entendida y exigente. En estos tiempos que corren, el público de aluvión, el ignorante y aplaudidor, ha sustituido a aquellos otros aficionados más instruidos y exigentes que un día abundaron en las plazas de toros. En la actualidad se aplaude por no picar, se celebra el destoreo, no se protestan las reses mal presentadas e inválidas; o, como hoy, se sacan los pañuelos tras estocadas que atentan contra el instante más importante y fundamental de la lidia: la suerte suprema. Y lo peor es que esta deriva hacía un simulacro de Tauromaquia viene de lejos, de muy lejos. Grandes críticos ya alertaron hace décadas del precipicio hacía el que se encaminaba la fiesta. Se reclamaba un cambio radical, una vuelta a los orígenes. Pero ese cambio no llegó, todo lo contrario.
Por eso, tristemente, el gran titular que nos dejó el sexto festejo de las Corridas Generales de Bilbao fue la negación del doble trofeo a Julián López “El Juli” tras matar indecorosamente a su segundo enemigo. Por eso, en la actualidad, importan más los despojos que los valores. El gentío montó en cólera contra el presidente Matías por no conceder la segunda oreja a Julián. El mismo gentío que es ajeno a la constante pérdida de los valores que un día sostuvieron la fiesta de los toros. El valor, la pureza, la verdad, la emoción, el compromiso… todo ha pasado a la Historia y la Tauromaquia de nuestros días se edifica sobre el pilar de las orejas y el triunfalismo. Y por eso a los “taurinos” les irritó tanto la decisión presidencial.
Y no se vayan ustedes a creer que ese fue el único despropósito de la jornada. El mismo presidente que por la tarde cumplió con el reglamento a la hora de la concesión de trofeos, por la mañana aprobó una corridita de segunda para la que algunos nos pretenden vender como una plaza seria donde sale el toro. Al igual que ya ocurrió en la Feria del Toro de Pamplona hace un mes y medio, o después en la Semana Grande de San Sebastián, Garcigrande volvió a colar un encierro mal presentado en una plaza de primera. La casualidad, miren ustedes por donde, es que en esos tres carteles se repite otro nombre: Julián López “El Juli”. Sí, el máximo exponente de la torería actual, no sólo no sale de dos o tres ganaderías, sino que además se empeña en que los animalitos de estos hierros tengan una presentación indecente. Pues bien, con semejantes “oponentes”, Julián firmó una faena rotunda al quinto de Garcigrande. El astado, mansito en varas y al que no se le pegó nada en el caballo, sacó un punto de casta en la muleta y repitió y repitió, por abajo, y con cierta transmisión. Todo un logro en esta ganadería. Con él, “El Juli” cimentó un trasteo en el que bajó muchísimo la mano pero a base de sacrificar la verticalidad y estética del toreo. Retorcido y con el compás muy abierto, muleteó al de Justo Hernández con largura y suficiencia lidiadora. Hubo algunos muletazos sueltos ajustados, aunque en el conjunto predominó el más absoluto ventajismo. Es verdad que llevó muy sometido al toro, pero casi siempre citó fuera de cacho o al hilo y remató los muletazos hacia afuera y no atrás, en la cadera. Pero Julián, que estaba cómodo e inspirado, siguió haciendo de las suyas ya ante un animal al borde del infarto. Con las zapatillas hundidas en la arena, la faena no fue bella pero tuvo momentos de indudable mérito. Después, llegó el ya mencionado “julipié” y la polémica orejera. Ante su primero, otro toro al que dejaron crudo en el primer tercio pero que embistió con movilidad y cierta exigencia en la muleta, “El Juli” hizo el ridículo más espantoso. Sin acoplarse nunca y pegando trallazos a distancia sideral, anduvo muy por debajo de su oponente y ofreció una imagen de colosal vulgaridad. De nuevo se alivió matando y le regalaron una oreja de pueblo.
Otra oreja cortó Enrique Ponce tras pasaportar al primero, un cinqueño con el hierro de Domingo Hernández, mansito, que iba y venía con superior nobleza. La labor, toda ella ejecutada entre las tablas y la primera raya, respondió al guión habitual del torero valenciano. A media altura, sin exigir, citando y embarcando con el pico, Ponce muleteó con templanza y elegancia para acabar construyendo una obra superficial y sin emoción. Eso sí, del conjunto es justo rescatar varios naturales y un cambio de mano de gran naturalidad y belleza, así como un afarolado torerísimo. La estocada, desprendida. Con el cuarto, un manso escarbador, descastado y deslucido, lo intentó hasta el bostezo sin recompensa alguna y luego pinchó.
También hizo el paseíllo Miguel Ángel Perera. Por lo tanto, estar, estuvo; otra cosa fue si toreó. Mediocre tarde la del extremeño que no logró destacar ante un lote borrego y al borde de la invalidez. Por cierto, su primero, el tercero, fue un novillo indigno de la plaza de Vista Alegre.
¡¡No me joas, Matías!!
(Paco Mora en aplausos.es)
Guerra de tronos en Vista Alegre de Bilbao. Ponce y El Juli. Uno que lleva 25 años reinando y otro que es un monarca sin corona y a la espera. Y para acabar de arreglarlo, el traidor de la película. ¡¡No me joas, Matías!! ¿Qué necesidad tienes de erigirte en protagonista en el duelo entre dos monstruos del toreo? Eres ya muy mayorcito para esas vanidades. Preséntate a un concurso de feos y seguro que lo ganas, pero empeñarte en dar la nota sentado cómodamente en el palco de la plaza de Bilbao, que además te llamen “usía” y te permitas el lujo de robarle la puerta grande a un torerazo que ha puesto los tendidos en pie con una faena arrebatada, cabal, llena de contenido y basada en el valor y el conocimiento absoluto de la lidia, es una temeridad y un desahogo por tu parte. Deberían echarte de tu observatorio –más bien enseñatorio para ti- porque está claro que tú lo que quieres es ser el novio en la boda y el muerto en el entierro. Y para eso estás dispuesto a hacer lo que sea.
Ponce, cumbre, asombroso en su sapiencia torera corregida y aumentada año tras año. El Juli que pide su bien merecido trono y ve que le puede pasar lo que al Príncipe Carlos de Inglaterra, que cuando su señora madre se vaya al paraíso de los callaos a él el reuma ya no le dejará reinar. Antes de que se me olvide: ¡¡Matías, vete ya coño!! Perera sin toro en su primero y sin espada en su segundo, pero valiente y entregado como siempre. El público espera confiado su segunda comparecencia en las Generales de Bilbao.
(Foto: elcorreo.com)