Suspiros de victoria

La guerra pertenece a la humanidad y la acompaña a través de sus épocas, mutando sus causas, sus consecuencias y sus formas. A las causas se les tilda de justas o injustas, la división entre vencedores y vencidos es la principal consecuencia y las formas pueden ser civilizadas o terribles.

Los activistas antitaurinos, un grupo humano que no tiene nada en común con los ciudadanos honestos a los que no les gusta la fiesta de la tauromaquia, han declarado una guerra a muerte a los nobles aficionados a los toros. A través de esta óptica de tener que librar una guerra justa lo hemos visto algunos y el tiempo nos ha dado la razón.

Esta caterva de rabiosos, sostenida económicamente por un lobby de resentidos contra la humanidad, ha cosechado éxitos muy importantes. El mayor de ellos ha sido, probablemente, convertirse en un elemento de valor añadido para la clase política independentista catalana.

La prohibición de las corridas de toros en Cataluña debe observarse, por encima de todo, como una consecuencia política de la profunda crisis social que padece en la actualidad este territorio histórico. Argumentar la prohibición de la tauromaquia como un avance social progresista es una puerilidad, así como cualquier iniciativa legislativa que anteponga a los animales frente a los seres humanos es una hipocresía.

Los que estuvimos en la última trinchera de la Monumental de Barcelona, abandonamos derrotados el coso, pero volvimos a casa con una certeza invencible. En aquel histórico festejo respiramos el ardor de la batalla perdida que nos conduciría a ganar la guerra. La buena familia taurina, unida desde entonces ante un enemigo al que el tiempo le ha levantado la máscara, no puede ser derrotada por este falso progresismo que escupe al cuerpo de un torero muerto o al alma de un niño enfermo.

La reciente y festejada sentencia del Tribunal Constitucional es una victoria trascendental. Sus consecuencias más importantes no van a ser inmediatas, pero van a ser enormes. Una lectura de esta sentencia es la protección del mundo taurino allá donde sea minoría social. La tauromaquia es un patrimonio cultural histórico que no puede ser exterminado, por decreto político, por una mayoría parlamentaria cosida a la coyuntura del momento.

Vientos de victoria y mugidos de libertad soplan en las dehesas milenarias de nuestro país. Ello no obstante, los aficionados estamos obligados a la prudencia y al buen entendimiento puesto que esta guerra a la que nos hemos visto abocados, no ha terminado en absoluto. Si acaso, parafraseando a Churchill, hemos llegado al fin del principio.

Las corridas de toros son una fiesta pero, en Cataluña, su auténtico ser se ha ahogado dentro de un turbulento contexto social y ha sido convertida en arma política arrojadiza. Una celebración prematura y politizada de corridas de toros en Barcelona puede conducir a nuevos conflictos, de naturaleza imprevisible, para una tauromaquia asediada por los demonios de la hipocresía del siglo XXI.

Como ha sucedido en épocas pretéritas, la llama viva de la afición ha logrado la supervivencia de la fiesta de los toros frente a la guillotina de la prohibición autoritaria. El bando que lucha en defensa de la tauromaquia porta la bandera victoriosa de la libertad. No cabe duda.

Carlos Chérrez

Fotomontaje: Mikel Calvo

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