Madrid ha dado una semana torista de la que, apenas, por no decir nada, hay positivo a reseñar. El domingo igual Miura da la sorpresa, ahora que nadie espera nada más. Y es que los ‘niños bonitos’ de la afición madrileña, Cuadri, Adolfo y Victorino, han defraudado, por mucho que mucho «filotorista» intente buscar tres pies al gato. Este año no ha sido.
Dicho festo, todo terminaba por reventar la tarde de la gran apuesta. Una buscada moneda al aire, para alguien que buscaba renovarse y reivindicarse, como si de Bilbao 2.009 estuviéramos hablando. Mejor dicho, deleitando, apasionando. Y no lo fue. Y habrá quien quiera olvidar lo vivido, quien sea honrado a carta cabal y quiera tomar nota de lo que no debe volver a pasar y los más, mirar hacia otro lado, y a otra cosa, mariposa.
Pero esto es para recordar. Y con mayúsculas. Los listos, que no racionalizan y ven en las fieras y las alimañas grandes toros de sublimación del rito de la Vida y la Muerte se equivocan de largo. Pero aquellos que piensan que solo fue una mala tarde más de ganado execrable, inoperable por parte del bípedo actor, para mí, aún erran con mayor rotundidad.
El matador, Manuel Jesús, El Cid, se la jugaba a una carta. Todo olía a dureza y sangre, lucha y esfuerzo, regreso o la nada. Y en toro y medio, sin excusas porque faltaban otros cuatro por deambular, la tarde estaba dictada. El diestro no estaba. Se había ido. La tarde iba a ser muy larga. Y, al final, la apuesta la ha perdido. Y cuando uno se la juega, debe de haber consecuencias. Y alguien de la integridad, de la inteligencia, de la humildad del actuante, que es un torero amado, o lo era, querido, o lo fue, muy seguido y sin detractores, porque a todo el mundo tenía de su lado, debiera haber estado a mayor altura, y salir de Madrid con respeto. Y eso, tal y como está, se hace llamando a la arena a su fiel Perea, El Boni, sentado en el burladero, y pedirle: -Rafael, pide unas tijeras y salgamos con honor-.
Patxi Arrizabalaga