Según el diccionario, la tragicomedia puede ser la obra dramática, o simplemente la situación o suceso de la vida real, en la que se mezclan elementos trágicos y cómicos. Y, a día de hoy, se podría decir que en eso se ha convertido la fiesta de los toros. La mayoría de los festejos taurinos actuales se han transformado en espectáculos frívolos y superficiales en los que la emoción, como esencia de este arte, ha quedado relegada al olvido y a la marginalidad. Las principales figuras del toreo, junto a sus ganaderos de cabecera y apoderados, que a su vez son los grandes empresarios, han pervertido de tal forma la esencia de la fiesta que uno ya no sabe qué pensar. Tarde tras tarde, en todo tipo de plazas, y cobrando cantidades ingentes de dinero, lidian y matan los toritos escogidos por ellos mismos para su uso y disfrute. Algunos, sin rubor ni sonrojo, sostienen que las llamadas figuras eligen lo que embiste. Pero no, eso es mentira. Las figuras y sus veedores escogen lo más noble y descastado del campo bravo, aquellos animales que, salvo sorpresa sorpresiva, no les presente el más mínimo problema. Y por si eso fuera poco, algunos, “torean” a esos borreguitos desde el más descarado ventajismo. Qué más da cargar la suerte, qué más da rematar atrás los muletazos, qué más da cruzarse en el cite, qué más da hacer bien la suerte suprema y matar los toros por arriba, ¡qué más da! Y da igual porque, por desgracia, lo que predomina hoy en día en los tendidos de las plazas de toros no es el aficionado, sino el público. Un gentío de aluvión que acude a la plaza a comer, beber, aplaudir y pedir orejas. “¿Qué es eso de exigir? Si tanto sabes, ¡baja tú!».
Todo esto, lógicamente, es lo trágico. La triste realidad actual. ¿Y la comedia? Va ligada a todo lo anterior. Lo más cómico de todo es que a nadie, o casi nadie, le importa nada de esto. Pero también roza lo cómico, el esperpento, la forma descarada que tienen los “taurinos” de hacer y deshacer a sus anchas. No se tapan, no disimulan, lo hacen con total descaro. Saben que el sistema es demasiado fuerte, que nadie les parará los pies. Lo que no saben, o no quieren saber, es que, al final, se les hundirá el chiringuito. Un día, la teta dejará de dar leche; un día, no habrá más pastel que repartir. ¿No les parece tragicómico? ¿No lo es que los presidentes, la autoridad, aquellos que deberían velar por el cumplimiento del reglamento, la defensa del aficionado y la integridad de la fiesta sean los principales cómplices de esta situación? A este servidor sí se lo parece.
La desvergüenza y el destoreo, esas fueron las protagonistas de la octava de la Feria de Albacete. La desvergüenza del ganadero de Garcigrande que, un año después, volvió a traer la misma porquería de 2015; el destoreo de su mejor semental, El Juli, que una vez más demostró su infinita vulgaridad y ventajismo; la desvergüenza de un palco presidencial a las órdenes del sistema y los que se benefician de él. Y frente a todo esto, el toreo. El toreo auténtico que llevó la firma de Alejandro Talavante. Una pena que la magnífica faena que le hizo al tercero no tuviera la emoción ni importancia necesarias. Porque sí, el extremeño toreó como los ángeles, pero ¿frente a qué tipo de animal? Delante no hubo un toro bravo; lo que Talavante tuvo enfrente fue un borrego, y encima, impresentable. Lavadísimo de cara, ese tercero parecía una cabra. Una cabra a la que apenas castigaron en varas y que llegó al último tercio con las fuerzas justas para mantenerse en pie y seguir la muleta. Nobilísimo y descastado, un “perritoro” como lo habría definido el maestro Navalón. Con un cartucho de pescao comenzó Talavante en el centro, y sin probaturas se puso a torear con la izquierda. Y los naturales brotaron con inmensa naturalidad. Encajado, vertical, colocado en el sitio, Alejandro ejecutó muletazos por ambas manos tan largos y bellos como templados y profundos. Y, desplegando su ya conocida variedad, intercaló el toreo en redondo con fogonazos de genialidad. La arrucina o el cambio de mano le salieron bordados. Da gusto ver a este torero, pero no ante este tipo de toros. Su valor y concepto merecen mucho más. “¡Venga usted con toros!”, que dirían en Madrid. Tras la faena, muy medida, la estocada, algo trasera. Dos orejas. Pues muy bien. El sexto, sin un atisbo de bravura, fue un marmolillo ante el cual sólo pudo justificarse.
En segundo lugar, El Juli se había encontrado con un astado noble, pero blandísimo. Y el madrileño se pasó todo el trasteo probándolo, haciendo como que lo intentaba. Pero no, no hubo manera. Y llegó el quinto, tan manso, noble y soso como sus hermanos, y Julián se desquitó. Siempre fuera cacho, detrás de la mata, tiró líneas y retorció la figura a más no poder. La escena, se lo aseguro, fue dantesca. Entre la fumada movilidad del zambombo, los horrendos trapazos de su majestad y la marcha que se marcó la banda de música… Una pesadilla. Afortunadamente, la petición de oreja nos despertó del mal sueño. Un espadazo trasero, desprendido y atravesado, y, ¿adivinan qué? ¡Sí! ¡¡Dos orejas!! Claro que sí hombre; cómo se iba a marchar a pie el mandón del toreo moderno y más tras el baño de Talavante…
A caballo y abriendo cartel actuó Diego Ventura. Y a punto estuvieron de llevárselo también en volandas. Toda una falta de sensibilidad la del exigente presidente no darle la segunda oreja que le pidieron en el cuarto. Si hubiera sacado el segundo pañuelo, los tres se habrían marchado a hombros y la apoteosis habría sido completa. Regular con el noble y parado primero, Ventura sacó todas sus armas y le formó un lío al buen cuarto, que tuvo un extraordinario galope. Demasiado populista y exagerado en los gestos, no terminó de encontrarse con Sueño, pero brilló sobreChalana, clavando ajustado y en todo lo alto.
- Plaza de toros de Albacete. 8ª Feria de la Virgen de los Llanos. Casi lleno. Se lidiaron dos toros de Ángel Sánchez y Sánchez para rejones (1º y 4º), correctos de presentación, noble pero parado el 1º, y bueno el 4º; dos de Garcigrande (2º y 3º) y dos de Domingo Hernández (5º y 6º), mal presentados y sospechosos de pitones, nobles, mansos, flojos y descastados.
- Diego Ventura: palmas y oreja tras petición de la segunda.
- El Juli: silencio y dos orejas protestadas.
- Alejandro Talavante: dos orejas y silencio.
(Fuente: Alejandro Martínez en: porelpitonderecho.com Foto: Javier Guijarro)