MANIFIESTO 18 JUNIO 2016, PLATAFORMA CIUDADANA DE TORDESILLAS

MANIFIESTO 18 JUNIO 2016 PLATAFORMA CIUDADANA DE TORDESILLAS POR LA LIBERTAD, POR LA DIVERSIDAD, POR EL RESPETO

Estimados amigos y amigas, vecinos, aficionados y gentes de bien.

Estamos aquí reunidos, digámoslo claramente y desde el principio, para protestar contra un atropello y contra un despropósito cultural, político y social: la prohibición de nuestro histórico y ancestral torneo del Toro de la Vega, que tan anclado está a la identidad de nuestra villa, y tan pegado a la piel de nuestros sentimientos y vivencias. Pero también estamos aquí para alzar nuestra voz y decir bien alto y claro, a todo el que quiera oírlo, que Tordesillas no se rinde, que los aficionados taurinos de la provincia de Valladolid no van a dar por perdida esta batalla, y que no vamos a parar hasta que se corrija y rectifique este indigno atentado a la tauromaquia.

Atentado a la tauromaquia sí, porque, como empiezan a ver muchos en Castilla y León y en distintas partes de España, los mismos argumentos que ha utilizado la Junta de Castilla y León de Juan Vicente Herrera para prohibir la muerte pública a lanzadas del Toro de la Vega, los mismos, pueden ser usados, sin cambiar ni una sola coma, para poner fin a las corridas de toros. En el Toro de la Vega está la huella de algunos de los orígenes y referentes más remotos de la Fiesta, y sólo un insensato, o un ignorante, puede despreciar el valor de las raíces, alegando que lo verdaderamente hermoso son los frutos, pues si las raíces se secan, todo lo que se sustenta sobre ellas se secará también, y terminará muriendo de inanición. El árbol de la tauromaquia de montera nunca sobrevivirá sin la savia vivificante que la Fiesta obtiene del vigor de nuestra rica tauromaquia popular.

Somos víctimas de un atropello, hemos dicho. Pero no utilizamos esta palabra como excusa para refugiarnos en las lágrimas de la impotencia, ni en el consuelo de la fatalidad. Hablamos de atropello porque es la palabra que mejor define lo que ha ocurrido con el Toro de la Vega. Su prohibición es un atropello a la verdad, un atropello a la justicia, un atropello a la cultura y, por encima de todo, un gravísimo atentado contra la diversidad y el pluralismo, que sienta un muy peligroso precedente.

Pero vayamos por partes. Atentado a la verdad. Porque la verdad ha sido la primera víctima en esta desigual guerra que ha librado la vigorosa aldea vaccea de Tordesillas contra el imperio de lo políticamente correcto. La fiesta del Toro de la Vega, y los vecinos de la Villa del Tratado, han sido denigrados y despreciados por personas que no conocían nada del torneo, ni tenían el más mínimo interés por conocerlo. La verdad ha sido atropellada con la complicidad de periodistas y líderes de opinión, que no sólo no han hecho el más mínimo esfuerzo por entender lo que tenían delante, sino que han trasladado al público una visión distorsionada y grotesca de la fiesta, cuando no directamente falsa. El Toro de la Vega que el mundo odia tiene muy poco que ver con el Toro de la Vega que aman los vecinos de Tordesillas.

Y, para colmo, atropello también al sentido común y a la razón. Porque no de otro modo puede interpretarse el empecinamiento de la administración regional, su empeño en anestesiar nuestras conciencias con el mantra de que el mejor modo de proteger las tradiciones es prohibir aquello que las hace ser lo que son. El refranero castellano en muy rico en dichos castizos que describen a la perfección situaciones como ésta. Nos apalean y encima nos dicen, muy serios y muy solemnes, que lo hacen por nuestro bien.

Pero si la verdad y la razón han sido atropelladas, también lo ha sido la justicia. Las mismas autoridades que han sido incapaces de impedir que los enemigos de esta fiesta centenaria se manifestaran para protestar justo el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar donde el torneo se celebraba; las mismas autoridades que, a duras penas, lograron sortear la estrategia de boicot de los activistas animalistas, y sus constantes ataques a la convivencia; esas mismas autoridades han claudicado y optado por prohibir este festejo, temerosos de que la tensión degenerara en incidentes más graves. Pero la pregunta es: tensión ¿provocada por quién? Hacer pagar a la víctima las consecuencias de los abusos que padece, y que no provoca, es una de las expresiones más nítidas de la injusticia. Y es la máxima manifestación de la impotencia de una Ley escasa de autoridad y legitimidad, que se muestra implacable con los mansos y tibia con los violentos y los alborotadores.

Atropello a la verdad y a la justicia, pero también atropello a la cultura. Porque sólo quien tenga una visión sectaria, o elitista, de lo que la cultura es puede negar el valor de una tradición que se ha mantenido viva durante 500 años y que, por ello mismo, forma parte de nuestro patrimonio cultural y antropológico. Los cínicos y los bufones del reino hacen mofa y befa de la tradición, como si fuera tan sencillo mantener a lo largo del tiempo un rito tan exigente, y tan peligroso, como el Toro de la Vega. Como si fuera posible sostener una tradición así sólo por rutina, hastío o brutalidad.

Nos juzgan y condenan los petulantes, los ignorantes, los cegados por las legañas de su propia soberbia, y los fariseos, esos que que proclaman cada mañana su inmensa bondad al mirarse en el espejo y preguntarse, como la bruja de Blancanieves: ¿Espejito, espejito, puede haber en el mundo una persona mejor, más buena y más sensible que yo?. Todos ellos son incapaces de concebir que algún beneficio espiritual, inmaterial, debe proporcionar el torneo a los vecinos de esta comarca de Valladolid para que lo hayan mantenido en el tiempo contra viento y marea, enfrentados a dictadores y demagogos, y salpicados por cicatrices y tragedias personales.

Pero hoy queremos destacar, sobre todo, que esta infame prohibición que pretenden imponernos es, por encima de todo, un atentado contra la libertad, la tolerancia y la diversidad. Y es que, en esta España nuestra, que presume de democrática, liberal y amante de las diferencias, hay minorías que tienen derecho de pernada mientras que otras pueden ser atropelladas impunemente. Que nadie se engañe, la prohibición del Toro de la Vega no es ningún avance moral en el luminoso camino hacia una Arcadia feliz, hacia un mundo más delicado, sensible y pacífico. No lo es en absoluto. La prohibición del Toro de la Vega es, muy al contrario, un retorno a nuestros peores hábitos, pulsiones intolerantes y bajos instintos inquisitoriales. En última instancia lo que ha ocurrido puede resumirse así: una aparente mayoría social ha impuesto su criterio moral, y su visión de la vida, sobre un grupo humano que tenía otra visión diferente y legítima. ¿Les suena esto?

Nos habían dicho que había que respetar al distinto, salvo que vulnerara los principios fundamentales de la convivencia, o no respetara el consenso esencial en torno a los derechos humanos. Pero resultó ser mentira.El Toro de la Vega no atenta contra unos, ni contra otros y aquí yace, atado de pies y manos, prohibido en nombre de la bondad y del buen gusto. Porque, por mucho que se empeñen, en la fiesta de Tordesillas no se lanza a la arena a seres humanos contra su voluntad para que sean degollados por las fieras, como en el circo; ni se mutila los genitales de ninguna mujer, como en la ablación; ni se las viola; ni se las obliga a vestir burka; ni se persigue a homosexuales; ni se quema brujas; ni se atenta contra la libertad de ningún ser humano; ni se asesina a nadie; ni se le causa siquiera un perjuicio indirecto, como ocurre con los fumadores pasivos y el tabaco. Todas estas penosas situaciones, y las prohibiciones que hemos ido levantando para frenarlas, han sido usadas estos años de forma recurrente contra el Toro de la Vega, con el falaz argumento de que si se prohibió todo aquello, puede prohibirse también todo esto. Pero de nuevo insultan nuestra inteligencia. Si esas situaciones tienen algo en común es que suponen atentados contra la libertad, dignidad y autonomía de otros seres humanos. Nada de eso ocurre en la vega de la Villa del Tratado durante las fiestas de septiembre. Y, sin embargo, ya ven, aquí yace, encadenado, apaleado y malherido, el Toro de la Vega, prohibido en nombre de una equivocada idea de la bondad y de un muy discutible sentido del buen gusto.

Prohibido en nombre del buen gusto, sí, que no de la ética. No existen los derechos de los animales, y, si existieran, el primero debería ser el de la vida. Con todas sus consecuencias. Hacer aspavientos por la muerte de un toro bravo cuando cada año son sacrificados 3 millones de bóvidos en los mataderos es un ejercicio de insultante hipocresía. El sacrificio de un animal no adquiere una categoría moral sustancialmente diferente en función del modo como se realiza. Eso es confundir la apariencia con la sustancia. Pero ya sabemos que,hoy, la moralidad que prima es una moralidad de sensaciones y de imágenes. Una moralidad de impresiones y de gustos subjetivos. No una moralidad de valores, ni de criterios, ni de principios. Seguramente por eso aquí yace, ante nosotros, el Toro de la Vega, inerte, apaleado, y encadenado en nombre de una errónea idea de bondad.

Pero nosotros vamos a romper esas cadenas y devolverle de nuevo la libertad. Aunque nos cueste, aunque nos lleve tiempo. Porque, ya lo ven, defender el Inmemorial Torneo del Toro de la Vega no es sólo defender una fiesta que amamos, y que nos emociona, ni es sólo defender un legado que valoramos, y un patrimonio que atesoramos. Defender el Toro de la Vega es defender la libertad, defender la verdad y la razón, defender la justicia, y defender un auténtico y genuino derecho a la diversidad cultural e incluso moral. Es defender, por tanto, una idea del respeto que vaya más allá de la verborrea, y que sea verdadera. Cuando el respeto nos pone a prueba es justamente cuando tenemos que tolerar lo que no nos gusta, incluso lo que rechazamos. Los vecinos de esta villa ofrecieron, en general, una muy buena demostración de lo que es el respeto en el trato que dispensaron a quienes vinieron aquí a amargarles la fiesta. Pero los demás no fueron tan generosos, y no fueron capaces de dejar existir en paz algo que no les gustaba, o no les parecía bien. Por eso, defender el Toro de la Vega es alzar la bandera de una tolerancia genuina y de verdad, no una tolerancia de cartón piedra, de cotilleo de tienda, o de papel cuché.

Así que ya lo ven. Aunque no lo parezca, y aunque pocos lo admitan, la verdad, la justicia, la libertad y el respeto están de nuestra parte, mientras que los que se envuelven en las pancartas del buenismo actúan como malos aprendices de Torquemadas sin causa; comisarios políticos de una falsa bondad.

Por todo esto, es mucho lo que sigue en juego, aunque ahora, en esta fase de la partida, pinten bastos para los vecinos de Tordesillas. No podemos, ni debemos, ceder. No podemos, ni debemos, renunciar. No podemos, ni debemos, tirar la toalla. Han cambiado las tornas, pero las cartas siguen sobre la mesa. No se ha dicho todavía la última palabra.

Si padecimos una década vergonzosa de manifestaciones y protestas para prohibir una fiesta legal, podemos castigar a quienes han cometido esta tropelía con otra década similar de movilizaciones y protestas, hasta que vuelva a legalizarse. La prohibición, después de todo, sólo nos obliga a tomar la iniciativa; nos fuerza a actuar. Podemos verlo como un incordio o como una gran oportunidad. En nuestras manos está decidir si vamos a dar gusto a los cínicos, humillando la cabeza como toros mansos, o si estamos dispuestos a defender lo nuestro con bravura, casta, tesón e inteligencia. Con pasión y con cabeza, midiendo nuestras fuerzas. Pero sin resignación, desánimo, ni derrota. En nuestras manos está. De nosotros depende.

¡Viva el Toro de la Vega!

¡Viva Tordesillas!

(Manifiesto leído por André Viard en Tordesillas)

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