Alambrisco II, con el hierro de El Pilar, y lidiado en segundo lugar, descubrió en la séptima de la Feria de Abril a un torero ventajista y sin recursos que, sin embargo, está considerado como figura del toreo y es aclamado, tarde tras tarde, por públicos y críticos. Pero como bien reza el dicho, “que Dios te libre de un toro bravo”. Eso es lo que debió pensar José María Manzanares cuando vio aAlambrisco II empujar con los riñones en el caballo. En el primer encuentro cogió al equino por los pechos y lo derribó. Y después, en el segundo puyazo, apretó de verdad como sólo lo hacen los toros con altas dosis de bravura. Era el de El Pilar un toro en tipo del encaste Aldeanueva-Raboso: alto de agujas, fuerte, rematado y armónico. Bizco del pitón izquierdo lucía la clásica capa colorada que tanto se da en la casa de Moisés Fraile. Después de una pelea que nos reconcilió con el tercio de varas, Curro Javier se lució de verdad con los palos. El de plata, que luego en el sexto lidiaría de forma excepcional, se asomó al balcón de verdad dejando dos pares de banderillas en toda la cara.
A esas alturas todo el mundo esperaba ver al toro en manos del hijo adoptivo de Sevilla. Y cogió Manzanares la muleta y, como pocas veces se recuerda, quedó en evidencia. El toro, sin ser ninguna fiera, no era el típico animal aborregado al que están acostumbrados las figuritas. Alambrisco IIpedía el carnet porque requería el trato justo. Pedía a gritos que se le enganchara muy adelante y que se le llevara templado hasta el final. En los pocos muletazos que Manzanares lo hizo, el toro se desplazó por abajo con clase y profundidad. Pero el alicantino casi nunca dio con la tecla. Fuera de cacho y retrasando la pierna que torea como sólo él sabe hacer, no se acopló en ningún momento y anduvo a la deriva y por debajo del buen animal. Pero para ser totalmente justos hay que decir que, al final, Alambrisco II, ese astado que había descubierto a Manzanares, fue a menos y no terminó la pelea al nivel con el que empezó. En los últimos compases de la faena se llegaron a oír algunos pitos reprobatorios para el torero y tras la estocada, la misma Maestranza que elevó a Manzanares a los altares, se quedó muda. Silencio sepulcral para el consentido.
Minutos después, José María se marchó a la enfermería entre la incredulidad de todos. Aparentemente, durante la lidia, no había pasado nada, pero luego nos enteramos que Manzanares había sufrido una severa deshidratación. Y ahí, en la enfermería, estuvo hasta el sexto, pues tuvo que correrse turno para que el alicantino se recuperara. Finalmente, volvió cuando ya la noche empezaba a caer en Sevilla. Presumiblemente mermado de facultades, Manzanares lo intentó con el que había sido enchiquerado como quinto, un toro castaño que en los primeros tercios mostró ciertas virtudes, pero que se vino abajo muy rápidamente evidenciando una falta de fondo que fue la tónica general de casi todo el encierro. Por cierto, a Manzanares ya sólo le queda la última de sus cuatro tardes este año en Sevilla. El último cartucho, el viernes.
Al margen de la actuación del que se suponía iba a ser el gran protagonista de la tarde, la corrida del martes de farolillos estuvo marcada por la falta de casta, y también por la mansedumbre, de la mayoría de toros de El Pilar. Fue un encierro bastante parejo y bien presentado, muy en tipo, que sorteó otro buen toro. Fue el que abrió plaza, Portilloso de nombre, un astado también alto y sin exageraciones por delante que fue recibido por un Finito de Córdoba muy dispuesto que cerró su saludo con tres soberbias y muy toreras medias verónicas. En el caballo, al contrario que el hermano que vendría después, fue mansito y, tras un largo y deslucido tercio de banderillas,Portilloso no despertaba grandes esperanzas. Pero como en esto de los toros nunca se sabe, el de Moisés Fraile sacó fondo de casta en el último tercio y embistió con mucha transmisión y codicia a la muleta de Finito. Además, humilló de lo lindo. El Fino comenzó el trasteo toreando, sin apenas probaturas. Fueron dos series sobre el pitón derecho que llegaron mucho al público. Y no era para menos, Finito toreó encajado y de verdad. Se pasó la muleta a la izquierda y de su muñeca también brotaron un puñado de buenos naturales. Naturalidad y torería en tiempos de toreo ventajista y forzado. A partir de ahí, el toro empezó a mandar en la situación. Llegaron enganchones y, menos algunos detalles de gran calidad y sentimiento, hubo poco entendimiento. Ante el deslucido cuarto, que se movió sin clase y perdiendo constantemente las manos, Finito lo intentó sin seguridad ni confianza.
Tampoco tuvo suerte con el lote un Daniel Luque que, al contrario que Finito, toreó con una simpleza infinita. Encimista y sin cruzarse nunca al pitón contrario, el sevillano pechó primero con un animal noble y con calidad, pero de escaso fondo y transmisión, y luego con uno muy manso y descastado que acabó totalmente rajado. Al margen de un largo y templadísimo capotazo con el que intentó desengañar y parar a su primero, y algún muletazo suelto, su segunda actuación en la feria también pasó desapercibida.
- Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. 7ª de la Feria de Abril. Con casi lleno en los tendidos, se lidiaron seis toros de El Pilar, bien presentados, y mansos y descastados a excepción del 1º y el 2º, buenos.
- Finito de Córdoba (grana y oro): ovación con saludos tras aviso y silencio.
- José María Manzanares (negro y azabache): silencio tras aviso y silencio.
- Daniel Luque (azul marino y oro): ovación con saludos tras aviso y silencio.
- Curro Javier y Luis Blázquez saludaron una ovación tras parear al segundo de la tarde.
Parte médico José Mª Manzanares: Ingresa con cuadro clínico de deshidratación secundario a gastroenteritis de un día de evolución, presentando febrícula y taquicardia. Se procede a reposición volémica y administración de antitérmicos, persistiendo el cuadro taquicárdico con mejoría del estado general. Pronóstico leve que no le impide continuar con la lidia.
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Fotografía: Pagés